martes, 27 de abril de 2021

27/4/21 Dignas colas

 

27/4/21

Dignas colas

Hay virus que tiran el pan bien encajado bajo el brazo. Las crisis y las guerras se encargan de llevarnos, al anunciarse otro día carenciado, a esas formaciones decorosas. Para completar nuestra aventura en la Tierra, nosotros/as también tendremos que vivir ese agujero en el estómago. Aunque sólo sea para hacer nacer un corazón solidario, habremos de sentir esa hambre desnuda, sin chicle de fresa, ni anestesia de limón.

Para completar nuestra experiencia vital sobre esta bendita escuela de consciencia que representa nuestro planeta, una mañana vestiremos gafas negras o nos taparemos con una ancha capucha. Clavaremos en el asfalto nuestra mirada pudorosa. Llamaremos con tímidos nudillos a una de esas ventanillas generosas.

En alguna vida, no necesariamente en ésta, nosotros/as también nos pondremos a esa cola que apellidan del hambre. Una fría y temprana mañana rodará, especialmente ruidoso, nuestro carrito y no iremos al supermercado, no pasaremos por ninguna caja registradora. Sobrarán los códigos de unas barras siempre dispuestas a separarnos.

El agujero del hambre nos unifica. El supremo respeto que les otorguemos a quienes ahora les “toca” hacer la cola, es el que a nosotros mismos nos debemos. Nadie busque votos para su carrera política contra esas colas dadivosas.

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Autor: Koldo Aldai (koldo@portaldorado.com)

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El manejo de la energía vital en el día a día


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Autor: Sergio Marina y Marian Nomen

Fuente: https://sergiomarina.com/

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Memorias de un descarnado: 13 de 29. Por Deéelij

      Requería un gran esfuerzo ser sincero consigo mismo; reconocer el problema destapado. Sabía que nada de lo que se le mostró desde la llegada a éste, ya, entrañable, mundo le había perjudicado. Es más, todo contribuyó, de sobremanera, en un evolucionar maravilloso donde encontró placer, satisfacción, alegría y grandes dosis de felicidad. Pero reconocer el tema del resentimiento le podía e imponía.

     ¿Sería ese el escollo tan boceado? Saltó penetrando con estruendo en el interior de la cabaña. Su actitud no sorprendía en modo alguno a la radiante y, cada vez más sugerente, figura que le esperaba sentada en una silla junto a la mesa. Eso le gustó. Ella podía contener las emociones derramando tranquilidad, silenciando el grito, apaciguando el temperamento excitado.

     -     Dime una cosa Pal: ¿Es esto del resentimiento mi escollo? – manifestó calculando que al fin podría soltarlo de una vez.

     -    Si lo fuese, lo sabrías. Si lo fuese no podrías volar o dejarías de hacerlo al instante. Cuando tropieces con él, lo reconocerás inmediatamente – contestaba pausadamente, con temple, procurando que cada una de sus frases quedase gravada al igual que la tinta indeleble.

     Jano tomó asiento. Dar la vuelta ante tan desilusionada respuesta no era una opción; sí, en cambio, afrontar con rigor y valor lo que siguiera. Quería, cuanto antes, volver al aire, y sabía que no podía hacerlo si antes no aplicaba correctamente la quinta norma. Se dejaría conducir. Le dolería, pero mayor dolor albergaba la imposibilidad de quedarse en tierra observando cómo los demás sí volaban.

     -     De acuerdo Pal. Dispara: ¿Qué tengo que hacer?

     -   Antes de seguir, he de saber si realmente entiendes lo que es tener resentimiento; de nada valdría continuar sobre una base aceitosa.

     -   Entiendo por resentimiento… – respondía de súbito, mascullando sin ganas, con el estómago retorcido – el sentimiento que se posee y experimenta al verse agraviado, insultado, menospreciado... El odio hacia las personas que te han herido, molestado, vejado o maltratado… El malestar que tienes contra personas que no te aceptan como eres… El temor a que la vida siga haciendo de las suyas, propinando patadas y coces donde más duele… Resentimiento es también la gana de venganza…– concluyó dolorido.

          Con ello, estaba reconociendo todo el lastre almacenado durante muchos años. Darlo a conocer, a su instructora, suponía un esfuerzo titánico. Estaba, como nunca lo había hecho, desnudando toda su alma. Y lo hacia ante una mujer; eso, le irritaba y molestaba. Esto era su mayor pesar: reconocer que ella era superior a él. De hecho, cuestión que Pal adivinó desde que le conoció, que uno de sus mayores y actuales pesares consistía en sentirse “humillado” al ser instruido por una mujer. Era algo que todavía no había digerido al cien por cien.

     -   Lo has definido bien, muy bien. No obstante, ahora has de proceder a resolverTodo ese resentimiento hay que evacuarlo, como se hace al drenar los depósitos de combustible con el agua. Y entiende bien esto: la única… repito, la única forma es perdonando.

     Al ver cómo volvía a ocultar su cara tras sus manos, realizó una pausa. Quería contemplar todas sus facciones antes de continuar.

     -    ¿Cómo quieres que perdones a quienes tanto mal me han provocado? Es injusto lo que pides. Muy injusto – clamaba sollozando. Triste.

     -     ¿Quieres poder, insisto y me reitero, poder para volver a volar?

     -    Es lo que más deseo – contestó Jano a cara descubierta, con los ojos rojos, a punto de lagrimar – Tú eres piloto, y bien lo sabes; ese es el deseo más ferviente que tenemos.

     -    Entonces no queda otro remedio. Has de perdonar todo aquello que te hayan hecho. Cualquier circunstancia por la que sientas pesar y odio. Es la manera de comenzar a liberarte del lastre. Para ello tienes aquí estos folios – indicaba desplazándolos hasta su altura –. Escribe relatando cada acontecimiento donde albergaste cualquiera de las siguientes sensaciones: pesar, enojo, tristeza, odio y rencor; y aquellas heridas procedentes del rechazo, el abandono, la traición, la injusticia y la difamación. Has de hacerlo de la siguiente forma: enuncia brevemente, a modo de título, el suceso; luego, describe qué es lo que realmente ocurrió con detalle, pero sucintamente; no es necesario entrar a describir con todo lujo de adjetivos y pormenores. Centra la acción: las causas originarias y los efectos desparramados. Por último, has de mencionar que perdonas y olvidas con absoluta sinceridad a quienes te infringieron tales circunstancias.

     -    ¿Cómo? ¿Olvidar? ¡Eso sí que no! Eso no se puede hacer. Se puede perdonar, te lo admito, pero olvidar es imposible; eso jamás – expuso con rabia.

     -     Ese “jamás” encierra aún más odio que todo el resentimiento que le acontece. Escucha Jano. ¡Mírame! – Tuvo que mencionar con fuerza reclamando su atención perdida en alguna vendetta de su pasado –. Si quieres, como te he dicho antes, poder volver a volar sólo tienes una opción: perdonar, es la única alternativa; el único camino a la liberación. Y para perdonar, es necesario tener en cuenta dos cuestiones principales: primera, que no es posible perdonar sin olvidar, porque si no se olvida, se vuelve a condensar con el tiempo el mismo caldo de cultivo; el agua aparece de nuevo en tus depósitos; si no olvidas, seguirás siendo el efecto de los demás; si no olvidas haciendo borrón y cuenta nueva, no perdonarás, tan sólo limpiarás sin eliminar, sin purificar. Podrás recordarlo, pero el olvido es no volver a tener los hechos en consideración, nunca más. Segundo: perdonar es comprender que quien nos ofende, o molesta, o critica, o nos hace lo que sea, no tiene el mismo grado de entendimiento y conciencia que nosotros, porque si lo tuviera no lo haría, dado que, lo que haces a otros de alguna manera te lo haces a ti, al Ser Todos Uno. ¿Acaso te vas a ofender porque una hormiga cruce delante de ti? – Reclamaba sin esperar asentimiento –. De igual modo, has de aplicar. ¿Captado?

     Un semblante roto y estupefacto contestó sin palabras. Parecía un dibujo desmembrado por el conocimiento y la lógica. Los argumentos expuestos destrozaban cualquier otro inconveniente que pudiera surgir para contrarrestar. Éste pensamiento, casi vengativo, fue captado por la mente de Pal.

     -   Quiero que entiendas que no has de luchar contra mí. No soy el objetivo. El resentimiento está en ti. Todo ese odio y malestar que experimentas, a la única persona a la que le hace daño es a ti. Tu dolor, tu pesar, tu odio, tu venganza, sólo te incumben a ti, sólo enturbian a tu Ser, no a mí ni a otros. Entiéndelo. Libérate de él para que podamos irnos a volar juntos. A mí tampoco me gusta estar en tierra mucho tiempo.

     -  ¿Qué es lo que pretendes que haga con exactitud? – cuestionó Jano con tono pendenciero.

     Ella captó lo poco que faltaba para que perdiera el control. Eso sería contraproducente. Tendría que calmarlo.

     -     ¡Mírame Jano! Cuando pasé por este momento, puedo asegurarte que fue como pasar una y otra vez por el infierno que vivencié. ¿Sabes lo que supone perdonar a quien abusó de mi cuando era una niña? ¿Puedes imaginarte el esfuerzo que hice parar sacar de mi interior todo el odio y las ansias de venganzas sembradas contra aquella persona? ¿Puedes entender que ese hombre, mi progenitor, quien tenía que protegerme, sólo era un pobre infeliz lleno de amargura y odio, un cobarde, un egocéntrico, un miedoso y timorato, un ser maltratado, que no entendía el sentido de la vida si no era procediendo de la misma forma en que actuaron contra él? Cuando pude entender todo eso, perdonar y olvidar, se tornó en algo de fácil puesta en práctica. Dejé de compadecerme, de sentirme mal conmigo misma, de sentir asco por mi cuerpo, de sentirme la culpable. Me liberé, empecé a volar y a ser feliz. ¿Has tenido que pasar por algo tan mezquino como esto, como para no ser capaz de perdonar olvidando y comprendiendo? Libérate del producto de lo que te hicieron. De seguir así, eres el efecto de esas acciones y no la causa de las propias. ¿Lo captas ahora?

     Y tanto que estaba captado. Le acababan de dar una lección magistral. No podía decir nada. Compungido y petrificado delante del montón de folios en blanco estaba decidido a hacerlo; aunque preferiría quedarse a solas, cuestión solicitada con su pensamiento, sabedor de ser leído por su interlocutora.

     -     Bien Jano. Llevaré el DC-3 a Nairda. Estaré de regreso para el almuerzo  proclamó regalando una caria a sus manos y un beso sonoro en la mejilla –. Nos vemos.

     Fuera, la ignición de los motores de pistones se manifestó como el crepitar rugiente de un fuego fulgurante. Sintió el recorrer suave sobre la pista que él tan magníficamente construyó sólo con el poder de su pensamiento durante la segunda noche que pasó en Ís. El orgullo agradable de su creación invadía confortando su doliente espíritu. Al menos pudo contribuir al desarrollo de algo bueno. Ahora, debería continuar con el aprendizaje. Las ganas de volver a despegar con el 104 para ser feliz volando, pilotando, impulsaron un frenético garabateo.

     El reloj de cuco anunció las doce. Llevaba unas dos horas escribiendo, relatando cada acontecimiento por el que había sentido pesar, odio, venganza... Cierta ligereza se experimentaba en su esencia. Un esbozo de aliento en sus labios, declaraban el recorrido por un sendero que quería prorrumpir en una sonrisa. ¡Aquello funcionaba! Con cada nuevo pormenor soltado, notaba más limpieza interior; paz y sosiego. Desconocía cuantos folios había usado, pero presentía que los que quedaban no serían suficientes. Continuó animado.

     El cuco advirtió el paso de otros sesenta minutos repletos de tinta esparcida con exabruptos y pestilencias que habían corroído su pasado.

     Quedaban exiguos instantes para que el reloj avisara con su cántico. Ya no sabía qué espetar sobre el último papel que quedaba sobre la mesa sin manchar. Esperó hasta que el pájaro abriendo sus puertas indicara lo que para él suponía el final del ejercicio. Había realizado un repaso de introspección muy sincero. No quedaba nada dentro que perdonar, olvidar y comprender. Terminó de drenar sus depósitos. Un sentir pleno y feliz invadía la habitación. Lo decidió. Sí, podría hacerlo. Saltó de la silla lanzado por el bienestar que le contenía. El Starfigther esperaba.

     El motor inició la combustión. Todos los indicadores del cuadro de mando reflejaban normalidad. Supuso que era su propio reflejo interno, al menos eso fue lo que Pal mencionó. Cerró la cúpula. Introdujo gases conduciendo el reactor hasta el comienzo de la uno cuatro. Apuntó el morro al centro de la línea. Una última visualización reiteró el perfecto funcionamiento de todo el aparato: El interruptor del paracaídas de frenado abierto. Prudencia, ante todo. Podía fallar. Este avión no podría dejarse caer en el vacío tras el final de la pista. Con sus cortas alas y sin una buena velocidad, un picado en tan poco espacio no aumentaría la sustentación que se requería. O despegaba a la primera o en el punto de no retorno tendría que abortar. La confianza llenaba su ánimo. La seguridad en sus posibilidades crecía por instantes.

     La palanca de gases se hundió hasta alcanzar el final de su recorrido quedando aprisionada con fuerza. Esperó unos segundos. Quería provocar el efecto cohete al tener los frenos bloqueados. Todo el 104 quejaba el empuje sin movimiento de avance. El morro ligeramente bajado por el chorro de impulsión que el posquemador producía. Contó hasta quince: – ¡frenos fuera! – se dijo en voz alta. La proa se elevó ligeramente ante el patadón de los gases bramando en su salida por la popa. La carrera empezaba. El anemómetro mostraba el incremento sustancioso de velocidad. De igual forma, los metros usados iban quedando, desgraciadamente, atrás. Tendría que haber diseñado una plataforma de despegue más larga; ello hubiera contribuido a un incremento de seguridad. Los cien nudos quedaron clavados en sus ojos. Tendría que subir más la velocidad.

     -     ¡Dame diez nudos más, ya! – gritó al avión.

     De pronto aparecieron reflejados. Lo consiguió, pero demasiado tarde: el punto de no retorno acababa de ser sobrepasado. No podría despegar, y si lo hacía, sería a duras penas. Sin dilación ni dudar, retiró gases, frenó y soltó el paracaídas. Si la pista hubiese seguido siendo de arena estaría derrapando como un todo terreno. Gracias al asfalto las gomas bloqueadas por la fuerza aplicada apenas giraban; iban deslizándose en un desgaste peligroso. Un reventón sería la debacle indeseada. Evacuó presión en los frenos. La pista se acababa. El paracaídas ya no era útil a esa velocidad sería peligroso llevarlo colgado en la cola al dar la vuelta sobre sus pasos hasta el estacionamiento: Salió disparado por la fuerza que aún mantenía el motor escupiéndolo hasta estamparse en la barandilla del porche de su caseta. Por fin, y a escasos cincuenta metros del precipicio, aquietó el potro salvaje que pretendía domar.

     Lo inimaginable pasó por su frontal. No podía, no quería creerlo. Un DC-3 raudo en un giro desafiante dirigiendo su evolución al inicio de la uno cuatro anunciaba la evidentemente llegada de Pal. Había sido descubierto en su fracaso. No podría ocultar su error. Giró el 104 con suavidad: todo un vació allá abajo le esperaba si equivocaba la maniobra. Lo sorprendente fue comprobar que el DC-3 iba camino de tomar tierra. Estaban enfrentados, él al final de la pista, ella a punto de posarse. Aquello constituía, bajo su sensato juicio, una temeridad. Aterrizar sobre una pista que permanecía ocupada era todo un asalto a las normas más elementales de seguridad y prudencia en vuelo, pese a que el bimotor pudiera hacerlo en escasos doscientos metros.

     Ella fue la primera en abandonar su avión. Esperó con las manos en jarras hasta que su contrincante puso un pie en tierra. Previamente él la provocó soltado un “¡¿Estás loca?!”, mientras descendía a escasos metros de su posición. Pal sin inmutarse, simulando enojo, ante la crítica y el recibido enjuiciamiento inapropiado, impulsó un ataque con calculadas palabras. Incluso el momento de su aparición fue premeditado. Este pilotillo debería concluir la lección antes del anochecer, se propuso. No quería que pasara, como hizo ella, tres largas jornadas descargando todo el pesar contenido, y la tremenda rabia que enmudeció su Ser durante vidas repletas de tristeza y melancolía.

     -     ¿He oído bien? ¿Me has llamado loca? Eso es una ofensa y un insulto; en definitiva una falta de respeto. Espero una disculpa – indicó escabrosa.

     -     ¿Cómo? ¿Qué te pida perdón? Estás loca, pero loca de verdad…

     -     ¡Otro vez insultando! – Cortó con rudeza – ¿Me vas a pedir perdón?

     -   Esto es el colmo. Estás a punto de provocar una colisión entre dos aparatos y soy yo el que tiene que pedir perdón.

     -     Eres tú el que ha insultado. Me has llamado loca.

     -    No, no. Pregunté si estabas loca, y eso no es precisamente un insulto. Es una interrogante.

     -    Si quieres negar lo evidente, hazlo, pero ha sido un insulto y espero una disculpa –  concluyó encaradamente; sopesándole.

     El desafío manifiesto con las poses gesticulares que adoptaron hizo enmudecer la enfervorizada gresca. Sus miradas se disparaban. Ella aguantaba su risa: estaba conduciéndolo por el jardín en el que su impetuosidad, vehemencia y el resentimiento aún latente, le habían metido. Jano con los ojos algo desorbitados rozaba la erupción del rencor, pero lo percibió al instante: recapacitó. Dio marcha atrás a medio gas y cedió, sin conceder.

     -     Lo siento locuela – pronunció apesadumbrado – ¿Me perdonas?

     Pal, con la gracia y soltura de un felino, saltó y se enganchó a sus hombros con las manos y a la cintura con los pies, soltando un beso espléndido en la mejilla izquierda, acto que aprovechó él para asirla por sus posaderas.

     -    Pues claro que perdono. Eso es una de las cosas más maravillosas que puedes otorgar. Perdonar es magnífico. Se encuentra paz y libertad en la acción. Pero no es necesario que te aproveches sobándome – sugerencia que acató con rapidez abriendo sus brazos, poniéndolos en alto –: Sé agarrarme solita, pilotillo.

     Apretó más sus piernas, descolgando el resto del cuerpo hasta que sus manos atenazadas se apoyaron en la nuca de Jano. Desde allí le miró sonriente.

     -    Siempre te perdonaré. ¿Sabes por qué? – Negó él con la cabeza –. Muy sencillo Cadete, porque no dejo que tus causas y/o efectos o, los de los demás me afecten. Procuro ser la causa de mis circunstancias, de mí Ser. Procuro Ser mi propio efecto estando en mí Ser. Porque fundamentalmente eliminé todo el resentimiento, cosa que tú aún no has hecho.  sentenció.

    -      ¿Cómo qué no? Me he pasado toda la mañana haciéndolo.

    Pal le estampó otro sonoro beso a la vez que se soltaba dejándolo libre de su posesión.

    -   Efectivamente, es cierto. Pero sólo has liberado una parte del resentimiento. Aún queda más…  dijo encaminándose a la cabaña.

    -       ¿Más… qué más?       

    Pal se volvió caminando de espaldas, levantando su brazo derecho e indicando con el índice que le siguiera.

    -      Vamos dentro, te lo explicaré.

    Le invitó a sentarse mientras ella sacaba algo del congelador y lo introducía en el microondas. Entre los dos prepararon la mesa relatando el frustrado despegue y el espectáculo observado desde el aire. Rieron forjando un ambiente relajado, entrañable, amistoso, cálido y familiar, algo que él no recordaba disfrutar desde hacía demasiado tiempo. 

     Tras la comida, siguió el café humeante, negro y fuerte que tanto gustaba al alumno. Pal, instructora, pero mujer en toda regla, sabía que, tras el almuerzo, con el estómago satisfecho, podría obtener los mejores resultados. Sus expectativas eran altas. Llego el momento una vez que recogieron los utensilios usados colocándolos en el lavavajillas. Sólo el mantel, a cuadros azules y blancos, delataba el reposar del almuerzo.

     -     Bien, Jano, ataquemos. Vamos a por otros restos del resentimiento que quedan incrustados. Digamos que esta mañana has liberado una gran parte, yo diría que la mayor pero no la más importante; la que peor resultado aporta a priori. Has perdonado todo aquello que fue hecho contra ti, las ofensas, los juicios, las criticas… lo has olvidado y comprendido. Ahora hay que hacerlo desde el punto de vista contrario.  ¿Adivinas cuál es?

     -     Con el lote de comida que me he regalado – dijo él –, no estoy para cavilar demasiado. Mi riego sanguíneo está inmerso en la digestión, y mis neuronas andan algo caóticas, sin mucho oxígeno; así que no me hagas forzar el intelecto. Dímelo tú, estoy seguro que estás deseando hacerlo. Ya voy conociéndote – espetó resuelto y bromista.

     Se equivocaba otra vez, confirmó la esencia interna de Pal. Él siempre se creyó un experto en mujeres, y evidentemente, así le iba su vida sentimental. Aún no había aprendido que a una mujer nunca se le termina de conocer si no se accede a su Ser; pero eso no formaba parte de la enseñanza del día.

     -    Te concedo el beneplácito. Pero no pienses que es por algo que tú creas intuir, pilotillo. Ahora debes recorrer y examinar todas aquellas acciones que tú provocaste con ofensas, calumnias, maltrato, vejaciones, juicios y condenas realizadas a otros; todas las que recuerdes.

     -      ¿Cómo? ¿Qué? ¿Pero por quién me has tomado? – Atacó vehemente.

     -   ¿Ves, Jano, acciones parecidas y similares a ésta que acabas de tener…? – respondió ella contundentemente, sin dar lugar a réplica. No se lo iba a consentir. Quería concluir, según su propósito, hoy, y quedaba poco tiempo.  Por cierto, – continuó diciendo – no te he tomado por nada más que un Ser que está descubriendo las reglas del juego, las normas del vuelo, las premisas para Ser feliz. No te critico ni te juzgo, pero tú mismo has de reconocer que no has sido precisamente un angelito. ¿O no es verdad? – concluyó levantándose.

Posdata:

En el artículo del día 1 de diciembre (Rojo octubre, peligroso noviembre y brillante diciembre. III Parte) comuniqué que personalmente había recibido por psicografía una serie de técnicas y procesos para aplicar en psicoterapia, que solucionaba el 80% de los problemas psicológicos del ser humano. La explicación resumida de esta psicoterapia es que elimina el ego, te reconecta con tu alma (conecta la Particularidad con la Singularidad) y tienes control emocional, siendo feliz en tu vida actual; al mismo tiempo dije que lo había transferido a dos Almitas maravillosas (psicólogas) que os los podía ofrecer mediante terapia, obvio que, con remuneración, pues es su trabajo, y que además ellas lo harán, pues mis tiempos están contados, para seguir en esa labor. No se trata de dar una formación, sino de recibir terapia para quien lo necesite. Durante un tiempo os habéis puesto en contacto conmigo para luego realizar el contacto con ellas (Rosario y Yesenia), pero ahora ya podéis hacerlo de forma directa mediante su correo profesional:  terapia.psico2@gmail.com También podéis visitar su Web: http://www.psico2-internacional.es

 

Para las actualizaciones de Todo Deéelij y preguntas sencillas: deeelij@gmail.com

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