martes, 20 de abril de 2021

20/4/21 El SMS de la vacuna

 

20/4/21

El SMS de la vacuna

Unos están deseando que les llegue ese SMS, otros/as quisieran que nunca entrara en su móvil. Van corriendo los turnos... A muchos recién sexagenarios nos alcanzará pronto un mensaje que nos dispondrá para la reflexión profunda. Podremos atender o no a su invitación, podremos meternos o no la polémica aguja en el cuerpo, pero no olvidemos que el mundo no se divide entre pro y antivacunas. No levantemos nueva frontera entre quienes se colocan o no en esa ya cercana cola.

Más importante que vencer al virus de la pandemia, es vencer al virus más peligroso del separatismo humano. A lo largo de la historia hemos inventado las mil y un formas de alejarnos mutuamente, pero ahora es cuando tocaba sólo inventar las formas de reencontrarnos. Ahora es cuando el camino de regreso a la unidad diversa, a la condición de hijos e hijas de Dios sin excepción de ningún género. El bichito del pandemia no debiera tampoco dividirnos.

El mundo no se dividía entre cristianos e “infieles”, tampoco entre proletarios y patronos. El mundo no se partía entre derechas e izquierdas, entre nacionalistas y centralistas, tampoco en provacunas y antivacunas, entre promascarillas y antimascarillas.

Cuando uno no entiende de un tema ha de aprender a callar, la boca cerrada constituye la salida más honrosa. Cuando el tema es controvertido y atañe a la salud colectiva, el silencio mejor sepulcral. No ponderaré por lo tanto sobre lo que no entiendo.

En todo caso en el mundo se podrá observar una diferencia, que no dividir, entre quienes viven por y para sí mismos y quienes viven para el prójimo, quienes aspiran a hacer de sus vidas una bella aventura de servicio a los demás. En medio encontramos toda la gama. ¿En ese siempre confuso escenario, dónde se ubica la vacuna antiCOVID? Creemos profundamente que hemos violado un orden natural y prima volver a él. Creemos en el poder inmunológico del sol, del aire, de la tierra, en general de la vida natural. Ahora nos piden que metamos en nuestros cuerpos otra vacuna más "contundente". Asiste su cuota de razón a los que abogan en favor de ellas, asiste también su cuota de argumento a los que las cuestionan.

Sólo apuntaremos que no se nos vaya con la aguja la nostalgia del retorno, la imperiosa necesidad de volver a la armonía con cuanto late, pues el virus ha medrado en ese desarreglo. El sumo respeto a lo que haremos cada quien ante ese SMS es la esencia de nuestro mundo libre que tanto nos ha costado alcanzar. Esa actitud respetuosa con las opciones de los otros representa nuestra sólida conquista.

La decisión que tome cada uno en razón de su conciencia y sus circunstancias será la adecuada. La intimidad es nuestro territorio más sagrado. Nadie de ninguno de los dos extremos ose amenazarla.

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Autor: Koldo Aldai (koldo@portaldorado.com)

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El resentimiento es lastre (Memorias de un descarnado: 12 de 29) Por Deéelij

 “Se perdona mientras se ama”

Francois de la Rochefoucauld. Escritor francés (1613-1689)

 

“Equivocarse es humano y perdonar es divino”.

Alexander Pope. Poeta inglés. (1688-1744)

 

     Cuarta jornada. 09:00. Complejo Aeronáutico de Nairda

     Dos Starfighter F-104, con sus respectivos motores, al cien por cien de sus revoluciones, aullaban salvajemente sobre la uno seis izquierda. Los frenos anclados impedían que la potencia desgarradora deslizara tan colosales figuras por el pavimento en busca de un nuevo y excitante abrazo con el pincelado cielo.

     Pal estaba al mando del biplaza. Volaría acompañada de otro alumno. Jano pilotaría el otro modelo, una versión modernizada. Éste había sido capacitado con un motor de doble inyección inercial, lo que ofrecía quince mil libras más de empuje. El desarrollo del mismo permitía alcanzar rápidamente altas cotas, predijo Pitt en el briefing matinal celebrado a las seis en punto. Si ya de por sí estos aparatos eran considerados una especie de cohete volador, con tal motorización podría definirse como una lanzadera espacial de primer orden.

     Ambos aviones despegarían simultáneamente, rompiendo la formación a los noventa segundos de vuelo después de alcanzar los diez mil pies. Pal, realizaría una serie de maniobras con su estrenado novato. Posteriormente, se encontrarían en Ís; y desde ahí ella devolvería a Nairda el DC-3 allí estacionado el día anterior. Él tendría que practicar tomas y despegues en la ampliada pista que construyó con su pensamiento desde su Ser.

     Le parecía mentira que aquello estuviese ocurriendo. Que una realidad tan sorprendente se manifestara con tanta credibilidad, acierto y bondad. Grabado había quedado que aquél paraíso no era el cielo; pero si lo fuera, no le importaría lo más mínimo quedarse en él. ¿Qué sería entonces la promesa que nos reserva el tránsito de la muerte? Un lujo impensable; se dijo, con total convicción.

     -     Torre de Nairda para Rojos F-104. Autorizado despegue. Mantengan rumbo. Ascienda a diez mil en noventa segundos y rompan formación. Que tengan un buen día.

     -   Líder Rojo, copiado. Autorizado despegue. Gracias, igualmente – acusaba recibo la instructora.

     -     Rojo Dos listo –  imitaba obligatoriamente Jano.

      Ambos reactores, libres sus ruedas de los esclavizantes frenos, iniciaron su rodadura lamiendo asfalto desde los cero nudos hasta los ochenta. El empuje inicial encabritó el morro sin que la rueda desconectara su roce con el firme, que por breves instantes le serviría de senda, demostrando un querer saltar a la nada deseada que luego les sostendría.

     Pal, en primer lugar, levantaba la punta de su avión tras setecientos metros recorridos. Rojo Dos seguía gastando caucho en la enloquecida carrera tras Líder Rojo. Cien nudos, un motor potentísimo… y el F-104 no mostraba atisbo por levantar el vuelo. Más que un avión, parecía un bólido intentando batir una marca de velocidad en línea recta. El pájaro de acero no ascendía ni un milímetro.

     -     Rojo Dos, aquí Nairda, ¿algún problema?

     Jano no sabía qué responder. No entendía qué pasaba. A tal velocidad ya debería estar volando. Realizó una visual rápida por todo el panel de mandos intentando localizar algún indicador desajustado o una señal de alarma. Nada lo reflejaba. Tampoco quería llevar la palanca al final de su recorrido, dado que al tener el timón de profundidad en lo alto del de deriva podía hacer rozar la popa del aparato por la pista. ¿Flaps? ¡No, no los había sacado! ¿Otro fallo, y a estas alturas? Se recriminó con aspereza. ¿Cómo he podido olvidarlo? ¡Seré estúpido!, consentía en insulto y auto denigración.

     -     Rojo Dos, conteste, ¿algún problema? Le quedan menos de quinientos metros para el punto de no retorno. ¿Declara emergencia?

     Sobradamente era conocedor de tal hecho. Pasando ese punto, o saltaba al aire, o no habría espacio suficiente para frenar. Tendría que hacer algo. Tendría que contestar. Tendría que…

     -     Rojo Dos, aquí Líder Rojo. Aborte despegue, repito aborte despegue. Acuse recibido Rojo Dos.

     Ciento cincuenta nudos. Flaps a treinta grados. Tiró con suavidad de la palanca. Cien metros para el punto de no retorno. ¡Vamos, vamos, sube! ¡Arriba! Imaginó en la mente. Recordó: el motor es el pensamiento. Cerró los ojos y visualizó el despegue… De pronto sintió cómo ascendía muy lentamente; pero ascendía. Los abrió contemplando lo imaginado. Pulsó el interruptor de recogida de tren y respiró profundamente 

     -       Rojo Dos pista libre. Olvidé sacar flaps.

     La controladora lo dio por válido riéndose en la intimidad de su torre; lo daba por bueno… Al final había despegado y escalaba el espacio.

     Pal dejó correr la situación; hablarían más tarde. A ella tampoco la había engañado.

     Ambos Starfighter trepaban metros por centenares. Sorprendentemente, para Jano, el aparato no respondía a las expectativas anunciadas. Quince mil libras de empuje extra y aquello no jalaba sino a duras penas. Con todos los gases introducidos, el F-104 subía agotado, quemando keroseno de más; exhausto. Seguir el ritmo de Líder Rojo provocaba una oscilación peligrosa en las agujas indicadoras de temperatura de aceite y motor hacia los límites. Las vibraciones alcanzaban un trepidar insatisfactorio, angustioso, temible. Parecía que cada uno de los más de tres mil remaches que empaquetaba cada parte del avión, haciéndolo una sola pieza solidaria, fueran a saltar sin previo aviso, descomponiendo su esbeltez aerodinámica.

     Pasase lo que pasase, él seguiría hasta alcanzar los diez mil. Luego, al romper la formación, ya se las apañaría. Era muy consciente de que su orgullo pilotaba la función, no el fruto del raciocinio. Culminaría. Debía aguantar; así reventara el superdotado motor, tan cacareado por Pitt. Ya le comentaría un par de aspectos sobre tanto adelanto tecnológico de pacotilla. Menuda patata a reacción le habían asignado ese día.

     -    Rojo Dos: estamos a diez mil pies, rompa formación; ya conoce su destino. Nos vemos. Procure aprovechar la jornada.

     -     Entendido Líder Rojo. Gracias. Corto.

     Giró a babor en una ceñida quebradiza innecesaria. Era como dar un fustazo al jamelgo que montaba castigándolo al no responder a las expectativas prometidas. Retiró gases picando; debía bajar la temperatura del motor. Los indicadores habían llegado a penetrar en la zona roja. Por unos instantes, que postergó, se imaginó a bordo de una bomba a punto de deflagrar sin aviso. De ninguna manera habría apostado por ascender otros mil pies sin que se hubiera descubierto el error de propulsión; algo funcionaba erróneamente. Era imposible, materialmente, que con tal poder de combustión, el F-104, no hubiese subido con holgura. 

     Aquel aparato poseía una exigua superficie alar, siendo su capacidad de sustentación mínima. Necesitaba, por tanto, de una gran velocidad para provocar tal efecto. Era por todo piloto conocido, que más que un caza interceptador, el F-104 era un enorme motor provisto de alas cortas con las que dirigirlo.

     Rondaba los ocho mil pies aumentando la velocidad. Los indicadores de temperatura retrocedían al arco verde. La tranquilidad regresaba, como lo hacían sus pulsaciones. La humedad de su mono de vuelo reflejaba la extrema sudoración experimentada, aunque era algo más que no acertaba a conocer, aún. Ís caía por la amura de estribor. Continuaría con el descenso hasta los mil pies, pero no en vertical. Empezó a provocar giros suaves dejando que las toneladas metálicas no disminuyeran la aceleración por debajo de la velocidad de sustentación. Era una manera de ahorrar combustible; aquél ascenso le había costado algo más de una cuarta parte del contenido de los depósitos, incluidos los situados en los extremos de las alas. Eso constituía una cuestión intranquilizante. No entendía cómo un motor diseñado para el máximo rendimiento con el menor consumo, había dispendiado tanto. Pero deseoso de llegar cuanto antes a su particular guarida, incremento el ángulo de descenso. Tendría que aterrizar a la primera, no quería correr riesgos. Calculó que con tan elevado gasto de keroseno no podría hacer muchas tomas y despegues. El resto debería reservarse para el regreso.

     La intensidad de esos primeros minutos de vuelo ilustraba una jornada, posiblemente, desenfrenada. Tenía la sensación de haberle sido asignada la domesticación de un indómito y salvaje animal por catalogar. A la vuelta indagaría en las características reales de ése prototipo. Era imposible que tanto poder de empuje, al cien por cien, no hubieran dejado muy atrás a los siete mil del Starfigther de Pal. ¿Habría usado algún procedimiento incorrectamente? No lo sabía; pero sí que de no haber sido por la técnica enseñada el día anterior de visualización, y el poder aprendido que su pensamiento proyectó e imprimió en la pista, no hubiese despegado ni escalado los diez mil pies. Su seguridad en la aplicación exacta y correcta de las reglas de vuelo, hasta el momento aprendidas, contribuyeron a paliar las resistencias encontradas. 

     Al marcar el anemómetro los dos mil pies, inició la recogida enfilando Ís. Introdujo gases a fondo; sospechaba que de lo contrario bajaría la velocidad por debajo del límite. A ciento cincuenta nudos y a casi mil metros de la pista redujo algo de potencia sacando flaps a veinte; quería ser prudente. Ya no se fiaba del corcel encabritado que, en sus manos, parecía obedecer a medias. Tocó con suavidad a ochenta nudos: no quería sacar el paracaídas de frenado. Allí no tendría recambio para sustituirlo en caso de emergencia, así que optó por reducir gases al mínimo y frenar.

     El alivio fue grande al bajar del toro salvaje. El Starfighter descansaba, al fin, junto al DC-3. Estaba exhausto, algo sorprendente después de un vuelo tan corto. No recordaba, ni siquiera en sus antiguas misiones de combate, haber experimentado desesperación igual. Tenía la sensación de haber despertado de un sueño pesado, plomizo y desenfrenado. Miró al reactor con desprecio; no quedaban ganas de volver a pilotarlo. Así que extrajo los manuales que el caza albergaba en la cabina dirigiéndose a la cabaña. Quizá, un refresco, aire puro, tranquilidad y examinar algunos datos, podrían ayudar a recalibrar el aparato. Existía la posibilidad de que algunos de los conductos de combustible estuvieran obturados, o que los filtros permanecieran sucios. Intentaría localizarlos una vez que el motor se enfriara. De lo que estaba seguro, era de no volver a subir en ése condenado demonio, intratable, sin que antes tuviera la seguridad de garantizar un posible vuelo tranquilo y seguro.

     Cuarenta y cinco minutos después, sin haber solventado nada, escuchó el ruido que anunciaba la llegada de Líder Rojo. Ahora sí que tendría que exponer la verdad del asunto ante su instructora. Habría que afrontar los hechos. Quedaría, posiblemente, en ridículo, pero no cabía otra alternativa. Debía ser sincero.

     El reactor gemelo realizó una pasada de reconocimiento, la pista era desconocida para el pasajero de Pal. Jano permaneció sentado en el porche hasta que la maniobra de aterrizaje concluyó. El alumno recondujo el 104 hasta el comienzo de la pista donde la instructora bajó. El motor rugía queriendo devorar el espacio al que se enfrentaba. Pal permanecía, aún, algo alejada de la cabaña, esperando la partida, cuando el bólido plateado pasó fulgurante delante de sus figuras ascendiendo limpiamente hasta perderse en un ascenso pronunciado y vertiginoso.

     -   Hola – saludó derritiendo la palabra con su acostumbrada y linda expresión –. ¿Qué tal esas tomas y despegues?

     -   ¿Quieres pasar y tomar algo fresco? – invitó Jano esperando provocar un ambiente distendido desde el que exponer las dificultades que le tenían apesadumbrado.

     Durante veinte minutos ejerció su cátedra de experto piloto. Expuso los hechos y los posibles problemas que, dedujo, tendría el motor en su alimentación. Tenía que ser esa la cuestión, una entrada pobre de combustible a los inyectores. Ella le escuchó sin interrupción, disfrutando de la disertación, de sus gestos, de su desnudada sinceridad ante su ser femenino. Sabía que aquello le provocaba incomodidad. Reconocer ante una mujer, aunque fuese su instructora, la impotencia de poder pilotar un avión, era una cuestión de orgullo a la que no estaba acostumbrado un hombre, más él.

     Ella valoró cada una de sus palabras sin dejar de mirarle fijamente, derramando candidez con sus ojos. Quería tranquilizarlo, hacerle sentir mejor. Tendría que esperar a que terminara la exposición. Bien sabía cuál inconveniente alojaba el reactor, así como la posible reacción de su alumno ante el descubrimiento que le haría al comunicarlo.

     -     Bien, sobresaliente, Cadete – manifestaba al comprobar el final del desesperado e ilustrado alegato –. ¿Acaso crees que Pitt te asignó esta mañana ese magnífico y colosal prototipo para que realices una prueba en vuelo, tal y como hacías en tu anterior vida, con el objeto de obtener calibraciones o mediciones en busca de un mejoramiento en el perfil aeronáutico del aparato?  

     -     ¿Qué, si no? – respondió Jano sorprendido –. Las órdenes estaban claras: despegar en pareja con instrucciones concretas. Ascender a diez mil, romper formación y realizar prácticas por separado muy específicas. La cuestión es que no puedo cumplir mi parte por la ingobernabilidad de ése dichoso motor.

     -     Jano… – reclamó ella, procurando su atención, acercándose hasta sentarse a su lado asiéndole el brazo como era su costumbre; provocando cierta ternura e intimidad – estás aquí para aprender. Para recordar y remembrar. Exclusivamente para eso. No hay otra finalidad. El por qué has volado éste concreto Starfigther tiene su respuesta en la siguiente regla de vuelo. ¿No has tenido la curiosidad de mirarla?

     -     Por supuesto que sí –  contestó inusitadamente –. Justo ayer, después de dejar a Pitt en su despacho y al llegar a mi dormitorio, lo hice. Quería adelantarme a la siguiente lección. Fue inútil. Comprobé que la página siguiente, y las que le siguen, no se dejan abrir, están como solidificadas; sólo consigo acceso a las páginas que están en blanco. El resto del manual, como si estuviera hechizado, no es legible, aunque el primer día recuerdo que se podía abrir por cualquier sitio.  

     -     Esa es la impaciencia que todavía aflora de vez en cuando en el Jano que conozco –  concluía la frase endulzando la pronunciación de su nombre –.  Todo llega a su instante. Procúralo ahora.

     Sorprendido, ruborizado y algo acaramelado por la entonación ofrecida en la pronunciación aterciopelada de su nombre, que sutilmente impactaba su esencia relajándola, confortando su espíritu y alma, todo su Ser, como si fuese el efecto complaciente y sin igual de un masaje corporal ofrecido por unas manos bañadas en aceite, dispuso obedientemente del manual que, como ya era costumbre, alojaba en su pernera.

     Colocó el libro sobre la mesa. La miró queriendo encontrar algún atisbo de complicidad en su rostro, en sus ojos, en sus labios. Intentó pensar algo al respecto, pero rápidamente lo negó sabedor de la posible lectura mental que ella podría realizar. Si ya le costó contar su impotencia durante el vuelo estrujando su orgullo masculino ante su instructora, no podía… no debía desvestir el pensamiento que pudiera contener la mente sobre la atrayente mujer.

     -     Veamos – pronunciaba Jano, algo incómodo por lo apretado que notaba su brazo contra el cuerpo perturbador y cálido que tan cercano sentía –.  “El resentimiento es lastre” ¿Te refieres a esto?

     -     ¡¡Aja!! –  afirmó Pal cortésmente, provocando un sondeo.

     -    Una frase enigmática, como todas las anteriores. Incluso dogmática a la vez que elegante– espetó él con rabia –. Y supongo, que relacionada con éste vuelo – masculló de mala gana, marcando un paréntesis, tragando saliva, encadenando palabras con las que expresarse sin volver a herir su ego –…cuestión que no logro encajar a simple vista con respecto al aporte sustancial que debo extraer del mismo. Pero estoy seguro que tú, encantadora profesora – insinuó deliberadamente –, tienes la capacidad de exponer con claridad, aplomo y cortesía, el fruto, me temo amargo al principio, que debo cosechar. ¿Harías los honores? – concluyó levantándose de súbito procediendo a una inclinación de cintura y un adorno caballeresco con su mano derecha, como si descubriese un imaginario sombrero con plumas que le cubriese la cabeza.

     El numerito provocó una risita sinuosa, complaciente, fervorosa. Ella aplaudió. Le había sorprendido gratamente consiguiendo su beneplácito. Tenía que reconocer el uso genial de su improvisación, y la ganancia de puntos extras ante tal muestra de galantería y simpatía. Tendría que ofrecer, en contraprestación, algo sustancioso. Lo esperaba. Ésta vez no podría dejarle inmerso en deducciones.

     Concluyeron los aplausos correspondidos con un par de reverencias como si fuese el colofón al término de una función teatral. Ella miraba con agradecimiento, desprendiendo ternura. En Jano, esa chispa, impactó al igual que un torpedo en la línea de flotación. Pocas personas consiguieron colisionar su Ser de forma tan radiante. Y el sentimiento abrumador, que recibió Pal, carecía de la fuerza necesaria para eludir la responsabilidad inherente al cargo que ostentaba. Era su turno. Las cartas se volcarían produciendo un mal trago. Él escogió estar allí, ahí, por tanto, no debería actuar con paños calientes, tampoco con crudeza.

     -    La recompensa que esperabas recibir como premio a tu actuación puede estropearte el día – advertía aún risueña –. ¿Estás completamente seguro de querer ser dirigido en éste aprendizaje, o prefieres encontrar el sendero por ti mismo de forma menos cruenta? porque mi exposición puede resultar algo abrupta.

     -    Dispara vaquera, prefiero estrellarme con tu disertación antes que volando con el Starfigther.

     -   Tú lo has querido, pilotillo. Luego, no te quejes. Así que no andaré con remilgos edulcorados – declaró con la tez serena y seria –. ¿Queda claro?

     -     Perfectamente.

     -     ¿Preparado?

     -     Como siempre – prorrumpió algo chulesco.

     -  Esa petulante arrogancia te desmerece, devaluando los créditos conseguidos hace unos momentos. ¿Ves? De pronto estás arriba mostrando lo mejor, como al segundo siguiente estampas tu faz contra el suelo polvoriento y árido, destrozando cualquier conquista.

     Su tono fue contumaz. El romanticismo sembrado se esfumó. La mujer que le recibió en su llegada a Nairda había retornado. El encanto y la chispa transmitida por sus ojos miel mostraban algo incierto que prefería declinar en definir. Esperó el aluvión que se anunciaba. Fuera lo que fuese, lo soportaría sin rechistar. La lección sobre grosería desatinada, no prevista en el menú del día, estaba servida. Con Pal, las apariencias de tipo duro servían de poco, o nada.

     -     Bien, Cadete – continuó secamente –. Todo piloto al inicio de su instrucción, lo más básico que aprende, sobre todo el primer día que ha de hacer la revisión pre vuelo de un avión, es drenar los depósitos de combustible – entonces él se llevó las manos a la cabeza, sólo por pensar lo que en realidad le había ocurrido a su reactor –.  Es sabido que, por efectos de la condensación producida dentro de los mismos, se genera agua. Que ésta, al ser más pesada que el combustible se deposita en la parte inferior de los depósitos, y que es allí donde se pueden encontrar los sumideros para evacuar el peligroso líquido, que de no ser eliminado entraría por los conductos portadores del carburante hasta los inyectores, provocando fallos de todo tipo, incluso el más alarmante de todos: la parada fulminante de los motores. En un despegue, el desenlace es, y lo conoces de sobra, un impacto inevitable con consecuencias casi siempre desastrosas. Temible volando a baja cota, puesto que el tiempo de reacción para reiniciar la combustión, normalmente, es insuficiente. Amenazador en las alturas, desde donde se puede planear y conseguir un aterrizaje de emergencia, aunque, a veces, es posible arrancar. Y siempre irresponsable ante cualquier circunstancia por la dejación ante algo tan elemental como es no retirar el agua de un depósito antes de arrancar motores.

     -     ¿Es eso lo que le ha pasado a mi Starfigther?

     -     Otra vez de nuevo. Unas veces encumbrado, otras pegado al terreno – sentenció Pal sin aprecio –. A ver si lo captas de una vez. Tú F-104 está en perfectas condiciones, y lo demostraré en breve. El avión refleja cuando lo pilotas, lo que sucede en tu interior. Replica tu estado en cualquier orden. Simula, con todas las características exactas, las manifestaciones en las que se encuentran cada una de las reglas de vuelo aprendidas, las que has de aprender, y el tan manido escollo por el que estás aquí. Una vez que subes a bordo testa a la perfección tu Ser. De la forma de vuelo que se obtenga del avión, se deduce, con evidente claridad, el diagnóstico previo conseguido en la asimilación de tu aprendizaje, hasta el día de hoy.

     -     Y eso quiere decir… –  interrumpió confuso, necesitado de una conclusión, no de una revisión.

     -   Sé paciente – advertía ella maliciosamente, propinando un cariñoso golpe en su hombro con el puño cerrado –. Todo a su lugar – paró en seco –. De haber pilotado este prototipo el primer día, puedo garantizar que no habrías podido producir que su motor escupiera ni siquiera un poco de humo. Ver tu cara ante ese espectáculo hubiese sido realmente cómico a la vez que desmoralizador. Cada avión ha llegado a ti en el momento preciso. Ni antes ni después. Y a cada alumno se le presenta el que necesita exactamente, pues cada uno de nosotros somos diferentes; consecuentemente, los aprendizajes se adquieren de formas muy variopintas. Ninguno de nosotros somos iguales en lo externo, sí semejantes en lo interno. Ninguno realiza el mismo trayecto. Cada cual lo recorre de acuerdo al modelo que mejor se le adecua. Y todos, más tarde o temprano, según la manera de medir individual, finalizamos el curso. Ahora, si lo que quieres es un análisis del vuelo en el F-104, se puede concretar de forma resumida y clara – bebió algo del refresco de limón que todavía contenía su vaso, provocando un silencio no interrumpido –. Retrocedamos: la velocidad de despegue estaba sobrepasada y tu avión no despegaba, ni lo hubiese hecho, (y aquí entra en juego la primera regla de vuelo) de no haber pensado que lo conseguías, no que lo conseguirías. Pensaste en presente, no en futuro. Seguidamente, intuiste, (entró en juego la tercera norma), que dependía de ti, no de lo que el controlador estaba advirtiendo, ni de la orden que te di para abortar la maniobra; entonces, pudiste Ser la causa, no el efecto de lo que te comunicábamos. Simultáneamente, enfocaste la segunda: creíste en ti, en tu poder, y al creer, lo creaste... Lo hiciste al visualizar el despegue con la ayuda del ejercicio que hicimos ayer con el motovelero. Y recuerda: “lo verás cuando lo creas”; fue algo que manifestaste al momento. Sólo faltaba introducir la cuarta que entró en escena al contemplar que no te merecías hacer el ridículo en el ascenso, conteniendo tal potencia en tu motor. Aplicaste a la perfección, insisto, Cadete – reiteró con cariño –, a la perfección todo lo aprendido. Despegar y ascender hasta los diez mil pies exclusivamente se debe a la correcta e impecable puesta en práctica, de forma conjunta y global, de toda la instrucción recibida y asimilada…

     -     Entonces, ¿por qué no se desarrollaron las quince mil libras de empuje?

     -    Calla, y escucha, ¡impaciente!, que pierdes luego el hilo de la cuestión. El problema que subsiste, es la consecuencia del lastre que transportas en tu esencia. Es la carga, de resentimiento, y, como consecuencia, de pesar, odio y desprecio albergado en tu interior, lo que en realidad impide el desarrollo total de tu querer, de tu amor. Es tal ese sentimiento, que nubla en multitud de ocasiones tu correcto dilucidar, y, como consecuencia, tu pensamiento; y, como efecto, afecta al resto de las reglas de vuelo. Ya lo sabes, las normas de vuelo están entrelazadas entre sí, por lo que, sólo es necesario que una no sea puesta en práctica para que el resto dejen de ser operativas. Eso es lo que ha sucedido: tu combustión interna no es perfecta, contiene restos que lo impiden, además de poseer conductos oxidados y obturados que limitan el paso correcto de la cantidad necesaria del fluido que alimenta tu existencia. Por tanto...

     -    Por tanto… – pronunció molesto Jano de la acusación – ¿estás dando a entender que ese teórico resentimiento que supones tengo, ha impedido el perfecto funcionamiento del motor del Starfighter?

     -     Lo has entendido perfectamente, aunque mencioné que podría molestarte – señaló Pal advirtiendo su evidente enojo.

     Él quedó callado, reflexivo, con la cabeza oculta entre sus manos evidenciando incomodidad. Pal debería tener razón, pero no alcanzaba a encauzar la disertación. Simplemente no podía creer que ello fuese la causa del efecto experimentado. Se levantó evitando cruzar la mirada. El sentimiento de malestar le impedía confrontar esos hermosos ojos de azúcar. Estaba irritado. ¿Cómo podía influenciar tal hecho en su vuelo? Dirigió sus pasos hasta el porche sentándose en los escalones. Ella, ducha en estas batallas, dejó estar a su alumno. Tendría que rumiar en solitario. Era lo acostumbrado.

     Recogió y ordenó la habitación, preparando lo necesario para el siguiente paso. La mejor ayuda, a ofrecer, en tal circunstancia, residía en una espera paciente. Ahora, Jano, bien lo sabía, estaba en un debate feroz contra sí mismo. Andaba perdido en una doble controversia: internamente ensimismado; exteriormente, por reconocer, ante la instructora, la razón de su exposición.

 

Posdata:

En el artículo del día 1 de diciembre (Rojo octubre, peligroso noviembre y brillante diciembre. III Parte) comuniqué que personalmente había recibido por psicografía una serie de técnicas y procesos para aplicar en psicoterapia, que solucionaba el 80% de los problemas psicológicos del ser humano. La explicación resumida de esta psicoterapia es que elimina el ego, te reconecta con tu alma (conecta la Particularidad con la Singularidad) y tienes control emocional, siendo feliz en tu vida actual; al mismo tiempo dije que lo había transferido a dos Almitas maravillosas (psicólogas) que os los podía ofrecer mediante terapia, obvio que, con remuneración, pues es su trabajo, y que además ellas lo harán, pues mis tiempos están contados, para seguir en esa labor. No se trata de dar una formación, sino de recibir terapia para quien lo necesite. Durante un tiempo os habéis puesto en contacto conmigo para luego realizar el contacto con ellas (Rosario y Yesenia), pero ahora ya podéis hacerlo de forma directa mediante su correo profesional:  terapia.psico2@gmail.com También podéis visitar su Web: http://www.psico2-internacional.es

 

Para las actualizaciones de Todo Deéelij y preguntas sencillas: deeelij@gmail.com

Nota a la posdata: si quieres recibir esta ayuda terapéutica más vale que te comprometas contigo mismo, pues es exigente. Sólo apto para valientes y no timoratos.

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19/4/21

"Distopía ecológica", por Emilio Carrillo

Audio (duración: 00:25:20) de la entrevista realizada a Emilio Carrillo por Pilar Muriel para el programa La Noche Más Hermosa (Canal Sur Radio), el 17 de abril de 2021. Su título, Distopía ecológica:

https://www.canalsur.es/multimedia.html?id=1703744

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El riesgo de confiar (Proyecto “La Física de la Espiritualidad”: 16)

AVISO: para comprender con la mente (o, para que Marta acepte) lo que viene a continuación, hay que leer todo hasta el final. Si uno se queda a medias del texto, sacará conclusiones peligrosamente equivocadas.

La relación de amor en la pareja se basa en dos condiciones imprescindibles, la confianza y la escucha. No se puede establecer un diálogo sincero entrambos, si no hay confianza para vencer los miedos a ser descubierto en todos mis inconfesables y, tampoco es posible el diálogo si no estoy dispuesto a escuchar con el corazón lo que el otro necesita decirme.

De los riesgos de la confianza

Vivimos con una gran carga de miedos frente a los demás; miedo a la intimidad, a que el otro descubra mis vergüenzas, mis debilidades, todo aquello que haga que mi “máscara” con la que me presento ante los demás, quede hecha añicos. Tenemos miedo a la responsabilidad, a no saber dar el do de pecho y ser descubierto en mi debilidad. Tenemos miedo a la decepción, al “yo creía que, y resulta que”, a cerrar los ojos y confiar, y ver como en los peores momentos me he sentido solo y abandonado, “a dónde te escondiste, Amado”. Y tenemos miedo a ser rechazado por el otro, a que descubra mis puntos débiles.

El mayor escollo para nuestra confianza es la convicción de que tenemos que merecer el amor de nuestro cónyuge (o de Dios). Nos hemos convencido de que el otro nos amará en función de la imagen que yo le proyecte. Así que tengo que esforzarme por dar una apariencia de cumplidor y de buenas obras. Así que, si para merecer el amor del otro nos vemos obligados a que no se noten nuestras debilidades y defectos, que no se rompa nuestra imagen de príncipe azul o de bella princesa. Para merecer el amor de Dios, tenemos que dar la apariencia de ser fieles cumplidores de las normas y liturgias religiosas, de ser fieles cumplidores de la Ley de Dios.

Se nos ha educado en ese “no ser dignos del amor de Dios”, que no somos dignos de que Jesús entre en nuestra casa, porque está sucia, desordenada y esconde secretos inconfesables, hasta que, hartos de semejante situación, surge ese pensamiento “una palabra suya bastará para sanarme”.

Y un segundo escollo, no menos importante, es ver cómo en nuestro cónyuge, no todos son virtudes, sino que van apareciendo defectos no esperados, que nos hacen cuestionar nuestra confianza en el otro.

El trigo y la cizaña

En el fondo, el acto de la reconciliación con Dios está bien, si no fuera por ese tercero interpuesto, ese severo cura con sotana ante el que tenemos que descubrir todas nuestras vergüenzas, a riesgo de condenación. Yo no me puedo confiar ante un desconocido, con el que hablo con una celosía de separación para que no sepamos quienes somos y le cuente todas mis vergüenzas. Como idea, el sacramento de la confesión es genial si el objetivo es vencer nuestros miedos y confiar para convencernos de que Dios nos ama profundamente a pesar de nuestras debilidades. En la práctica es un martirio por esa semblanza de juez que toma el cura, que no nos perdonará la vida si no le contamos todas nuestros defectos y debilidades y pecados. Un anónimo cura tras una celosía no me da confianza, necesito un amigo de verdad, alguien al que contarle mis penas y angustias, en la intimidad de mi hogar, en batas y zapatillas; alguien ante el que poder desnudarme y mostrarme tal cual soy. Y un cura con alzacuellos, como que me da “yuyu”, me pone en tensión y me asusta, tanto más cuanto que con esta danza entre Dios allí arriba, yo aquí abajo y ese tercero interpuesto entre ambos, me estoy jugando nada menos que la vida eterna.

El problema que expongo aquí está más o menos arraigado en el subconsciente de las personas, dependiendo de su educación religiosa, pre o postconciliar. Y en cualquier caso, detrás de todo ello está algo de lo que ya nos advirtió Jesús, que la Iglesia es un mix de trigo y de cizaña (leed la parábola al respecto, en Mt. 13, 24-30). A lo largo de la Historia ha habido papas y obispos que han sido grandes santos y personas de impecable virtud, pero también ha habido papas y obispos que han sido peores que los políticos más corruptos. Igual se puede decir del resto del clero y, por supuesto, de los cristianos de a pie. La Cristiandad es una comunidad de seres humanos, con todas las virtudes y debilidades de los seres humanos, pero en permanente lucha para superar la terrenal discapacidad de amar. Pero en el caso del clero, la cizaña escondida ha hecho y hace que muchas gentes se escandalicen de ver una comunidad que debería ser santa, como una organización política, nada más lejos de lo que predica (al menos en determinadas apariencias). A ellos, a los que son causa y motivo de escándalo, “más le valdría atarse a una rueda de molino y tirarse al mar” (Lc. 17.2)

Yo no sé si los curas llevan estadísticas de confesiones, pero a juzgar por los millones de pecados mortales que cometemos (o eso dicen) todos los días, la cosa está pero que muy chunga, y la confianza es una virtud inalcanzable, si para establecer una relación de amor entre Dios y yo, antes tengo que pasar por el imposible desfiladero de las  Horcas Caudinas, que nos obliga, como a los romanos frente a los samnitas, a humillarnos, no ante Dios, sino  ante ese desconocido cura con alzacuellos que magnánimamente, nos perdonará la vida en nombre del Altísimo. Esto no es la esencia del sacramento, pero sí la apariencia sentida por un nada despreciable segmento de la población católica.

La confianza plena es condición sinequanon para el amor. Ese “venid a mi los que estáis agobiados que yo os aliviaré” (Mt. 11, 28) es esa llamada sincera, no de Dios o del Pantócrator, sino de Jesús de Nazareth, que para eso se encarnó, para, en bata y zapatillas, invitarme a confiarme a Él, a contarle mis penas, mis angustias, mis anhelos. Pero una cosa es eso y otra bien distinta, pasar por el desfiladero humillante del cura con alzacuellos.

A ver. Puede que alguien crea que estoy en contra de que el cura me perdone mis pecados. No es eso, porque de lo que estoy en contra es de que cuando uno necesita un amigo de verdad para sincerarse y desnudarse, eso se nos obligue a hacerlo ante un anónimo funcionario del Gobierno, a riesgo de condenación. Es este arquetipo de comportamiento eclesiástico lo que ha hecho que la gente huya literalmente de este poderoso sacramento y prefiera refugiarse, en su caso, en la consulta de un psicólogo pagando 40 euros la cita. O al menos esa ha sido mi experiencia de doctrino con formación preconciliar, que aún permanece en la ideología eclesiástica.

En el fondo es una cuestión de apariencia, la que damos todos ante los demás, nosotros ante ellos, los curas y ellos ante nosotros, los miserables parroquianos que no somos dignos de que Jesús nos acoja ante de que los funcionarios eclesiásticos nos perdonen.

Saltar el muro

Ahora, cualquier teólogo o doctrinólogo me puede poner múltiples argumentos canónicos, jurídicos y teológicos que desmonten este sentir en lo profundo, pero no con ello, van a generar la confianza necesaria para entrar por la puerta estrecha y comenzar a caminar, si ello requiere superar el “check point”. Es más, esto puede parecer una tontería para los curas, pero está en la base de que para muchísima gente, entrar en la vida interior sea prácticamente imposible, si para ello, antes hay que pasar por ese “control de inmigración”; si para visitar a nuestro querido Jesús, al que el alma ama con locura, ha de pasar ese “check point” con ese guardia armado o intentar saltar “el muro de Berlín”, a riesgo de perder la vida en el intento.

Esto es extremadamente importante; si el que realmente perdona es Jesús y el cura sólo es un instrumento de Él, para la gente normal o mal enseñada, el que perdona y deja pasar es el guardia de frontera, el cura, y eso desmonta todo el edificio doctrinal.

Este es un asunto capital, que la eclesiología, lo tiene resuelto y sobre el papel del catecismo es fácil, pero para los creyentes puede suponer una barrera imposible. Y puede que esté en la base de que los católicos nos estemos quedando en una minoría sociológica, por el confusionismo creado en la gente normal. Los aires de autoridad eclesiástica han ocultado a lo largo de los siglos el valor de la misericordia para mucha gente.

En la historia de mi vida, tras varias experiencias tristes y angustiosas en mi adolescencia con los guardias de los check points, al final me armé de valor y me decidí a saltar de noche las alambradas de la ciudad de Dios y ¡conseguí entrar en mi propia vida interior! Sin que ellos se dieran cuenta y me encontré con mi amado Jesús, que me demostró que yo había sido idiota y que me creía lo que no era, que mis pecados no eran tales y que los del check point no eran tan ogros como a mi me parecía o me hicieron creer. Pero es que a veces dan el pego y parecen milicianos soviéticos dispuestos a bloquearme.

La fe no es un asunto de creer o no creer, sino de confiar o no, de ponernos en manos de Aquel que está esperando a los agobiados y angustiados, con el apoyo de los guardias del check point, que deben cambiar completamente su apariencia, porque si no, se nos obliga a saltar las alambradas que ellos han electrificado.

Esta es una contradicción real, aunque ellos crean que es un invento de la gente asustada. La Iglesia, en este sentido, necesita un meneo y una seria revisión de la apariencia que da a los del otro lado. Es mi opinión; hay demasiada cizaña oculta.

Así que, si hemos conseguido saltar las “concertinas” del muro de la diócesis (que ha sido mi caso) o hemos conseguido superar dignamente el check point de la canónica confesión, ya dentro, encontraremos a Jesús de carne y hueso, dispuesto a curar las heridas de las alambradas.

Esta historia de las alambradas me recuerda a la valla de Melilla. Parece como si hubiera que pagar un alto precio para abandonar el árido desierto de la pobreza extrema para poder acceder a un catre y un trozo de pan. El subsahariano que intenta cruzar tiene confianza en los que están dentro, en que les van a acoger, pero desconfían de los guardias de frontera, porque no tienen papeles para poder entrar y además están hechos unos pordioseros y huelen mal. Ya dentro, descubres que sí, al menos un catre y un trozo de pan te ofrecen en el CIE.

En la vida interior, si consigues atravesar todas las barreras a la entrada, que no sólo las pone el demonio, queda la barrera más importante de todas, la de frente a frente con Jesús, en la casa de María, cerrar los ojos (aunque en la oscuridad en la que vivimos, de poco sirve tener los ojos abiertos), agarrar la mano de Jesús y confiar. Y el sacerdote jamás debería ser parte del problema sino siempre parte de la solución.

Este acto de confianza supone entregar los mandos de nuestra vida a Jesús, consentir en que Él desbarate nuestros planes de vida y mostrarnos los suyos, que percibiremos con el don de la escucha, y comenzar a caminar agarrado a Él como una lapa.

Pero la confianza supone todo un proceso de transformación de nuestro entendimiento en fe, que diría S. Juan de la Cruz, en creer sin ver, para poder lograr finalmente ver a través de los ojos de Dios.

Incluso, veremos que los del alzacuello no son tan hoscos como parecían en el exterior de la muralla. Aunque habrá que tener cuidado, no sea que descubran que no tenemos papeles (los que saltamos la valla).  Y Jesús nos volverá a decir una y otra vez…

“No temas, estás en mi Reino y yo te acojo, olvídate de los papeles, que son sólo burocracia barata que te perdono, pero ayúdame a que todos esos que están afuera intentando entrar, puedan asaltar la valla y entren”

Y ¿entonces los check points?

Tú, al que tiene hambre dale de comer, al que quiere entrar en mi Reino, ábrele un boquete en la muralla, porque lo que hagas con ellos, me lo haces a mi.”

El sentimiento que siempre he tenido de inmigrante ilegal, sumado al de colaborador secreto de Jesús para que entren todos los ilegales que lo deseen, ha cambiado mi vida completamente.

Jesús me ha demostrado una y otra vez en mi vida que, lejos de gustarle estar en el trono que las autoridades le han construido en el centro del castillo, le gusta salir de incógnito por las noches y juntarse con nosotros, los ilegales para repetirnos ese “venid a mí los que estáis agobiados y angustiados, que yo os aliviaré”.

Jesús es un tipo de fiar. Yo al menos así lo confirmo, porque tuve hambre y Él me ha dado el pan de cada día, la sabiduría necesaria para discernir y me ha perdonado todas mis debilidades y me ha permitido quitarme esa falsa máscara y me quiere tal y como soy. Esta es una increíble historia que quisiera compartir con mis amigos.

Los gatos recelan

Hace bastantes años, tuvimos un gato precioso, que nos regalaron ya mayor, con tres años. Le tuvimos casi dos meses, pero no conseguimos que se hiciera a nosotros. Recelaba y se escondía en cualquier rincón de la casa. Y sólo salía para ir al arenero o para comer y beber. Al final, tuvimos que devolvérselo a su anterior dueña.

La confianza es una virtud que nuestro distópico mundo se encarga de negarnos, dado el nivel de desengaños, de mentira y de falsedad que nos rodea. Los políticos sólo con abrir la boca mienten; son capaces de afirmar algo para, con la misma actitud convincente, afirmar lo contrario un día o una hora después. Y lo que sirve para los políticos, sirve para el común de los mortales. Desde pequeños, nuestros abuelos nos enseñan a no fiarnos ni del cuello de nuestras camisas. El muro que nos divide en “nosotros y los otros” hace que sólo en el entorno de nuestro confinador, de nuestra zona de confort, podamos o nos atrevamos a abrir un poco nuestras defensas y hacer como que confiamos.

Si esto es en la relación normal con los demás, en la relación de amor, sorprendentemente no es diferente. La relación de pareja se basa en la confianza, en saber mostrarnos al otro sin esa máscara fabricada para ser aceptado por el otro. Este es el gran engaño del enamoramiento, que el embalamiento emocional, que diría Ortega hace que por el hecho de mostrarnos desnudos frente al otro creamos que entrambos reina la plena confianza, pero bien que nos guardamos de mostrar los puntos débiles y de hacer creer al otro que vamos de príncipe azul o de princesa por la vida. Tratamos de darle gusto y placer, hasta que se nos inflan las narices si no nos vemos correspondidos, si viviendo de esperas, estas no llegan y nos convertimos, poco a poco en esos egoístas guiñapos de Bernard Shaw, “que no hacemos otra cosa que quejarnos porque el otro no nos hace feliz” y, lo que parecía ser una relación de plena confianza, poco a poco mengua en un estado de sutil recelo; lo que era una relación “I win, you win” pasa a ser una relación “deudor acreedor” donde la desconfianza termina asentándose peligrosamente.

Y cuando se establece este estado de desconfianza, donde el otro nos reprocha un comportamiento impropio de un príncipe o princesa azul, si pretendemos mantener las apariencias, la cosa tenemos experiencia de que suele terminal mal, porque esa apariencia azulona, es sólo fachada, útil para el enamoramiento (ese estado de estupidez transitoria), pero no para una relación de amor verdadero e incondicional. Sólo cuando el más inteligente de los dos es capaz de dar el primer paso y mostrar al otro sus propias debilidades y defectos, de romper esa máscara estereotipada y poner en evidencia su auténtico yo, su auténtica realidad, es cuando es posible recuperar la armonía perdida y darse la pareja cuenta de que esa armonía, ese embalamiento emocional, era sólo el bello envoltorio de la auténtica realidad de ambos.

Lo mismo arriba que abajo

En la Espiritualidad se cumple perfectamente el famoso adagio de la Tabla Esmeralda:

Lo que está abajo es como lo que está arriba, y lo que está arriba es como lo que está abajo, para consumar el milagro de la Unidad.

Así que nuestra relación de amor a Dios es exactamente igual que la relación de amor entre el hombre y la mujer. Así que si alguien quiere aprender a relacionarse con Dios, sólo tiene que recordar su vida amorosa y revivir tanto los momentos o épocas dulces como las amargas. De esto Salomón se percató perfectamente cuando escribió “El Cantar de los Cantares”, lo mismo que es abajo es arriba.

Y en ese “lo mismo”, de la misma forma que hasta que la confianza no rompe el recelo hacia el otro, por desvelar y mostrarle sus defectos, manías y debilidades, lo mismo el alma, hasta que no confía en Dios, no puede dar un paso por la vida espiritual.

Y aquí volvemos al “check point” o a la alambrada electrificada, que hasta que no te confiesas ser un puto y empedernido pecador, no puedes entrar en el camino del Reino de los Cielos. O bien, hasta que no te das cuenta de que lo de la alambrada y el check point no es más que un perverso elaborado de nuestra mente, no podemos rendirnos ante el hecho de que hemos vivido atenazados por el miedo, que TODO LO QUE OS HE CONTADO no es más que el reflejo de la tragedia humana de la incertidumbre mezclada con la mentira.

Os he querido contar la historia de los curas como guardias armados de la valla, para que veáis las paranoias que los humanos nos podemos montar. Me las he montado yo.

Y aquí volvemos al contraste entre el “derecho perfecto” de cumplimiento frente a las amenazas de eternas sanciones y el “derecho imperfecto”, de amar porque sí, porque “te quiero y no puedo vivir sin ti”. Sólo desde la confianza con Alguien que supo encarnarse en una persona de carne y hueso para mostrarnos el camino hacia Dios, es como esa desconfianza y esa vergüenza a mostrar nuestras debilidades, puede desaparecer.

La reconciliación con Dios no puede ser jamás un mero acto administrativo ante un funcionario eclesiástico, ante un notario diocesano que da fe del arrepentimiento del publicano. Pero así ha sido durante siglos. Pero ahora eso ya no vale. El derecho perfecto no cabe en la Espiritualidad, sólo es posible la confianza frente a alguien que sabemos nos ama.

Del riesgo a la dicha de confiar

Mientras la mente ha sido educada para desconfiar, el alma sólo vive para confiar. Cuando la mente hace el delicado y costoso proceso de discriminar el trigo de la cizaña, de ver más allá de las apariencias, el verdadero corazón del amor de Dios se manifiesta desde la mirada del hermano que sabe practicar la misericordia o, que sabe pedir perdón y perdonar. Eso es confiar, estar dispuesto a perdonar y a pedir perdón por desconfiar, por mantener levantado el invisible muro que nos separa los unos de los otros, al amado de la amada, al Amado de la amada, al individuo de su comunidad.

Si la desconfianza nos produce “alergia”, la confianza nos produce “alegría” (cambiar RG por GR); es pasar de una reacción antígeno anticuerpo, a una reacción de simbiosis, de unidad, de aceptación y de felicidad mutua en suma.

Pero para ello, es necesario superar ese recelo que genera la desconfianza ante el riesgo de sentirnos engañados, y lo más doloroso, engañados por aquel en quien confiábamos.

Las noches del alma son el largo camino hacia la confianza plena, hacia el abandono al amor de Dios, un amor que a veces está oculto entre la incertidumbre, pero que siempre está. Todo lo que he escrito aquí, reconozco que me ha costado un gran esfuerzo, porque parece como si pusiera en cuestión las bases de mi fe. Pero creo que podréis ver que no es así, que la cizaña no está para entorpecer nuestro crecimiento espiritual, sino para fortalecerlo, aunque ella crea que sólo está para su propio beneficio.

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Autor: José Alfonso Delgado

Nota: La publicación de las diferentes entregas de La Física de la Espiritualidad

se realiza en este blog, todos los lunes desde el 4 de enero de 2021.

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