lunes, 1 de febrero de 2021

Marta (Proyecto “La Física de la Espiritualidad”: 5)

 

1/2/21

Marta (Proyecto “La Física de la Espiritualidad”: 5)

Como he tratado de dejar claro en la entrega anterior, la espiritualidad NO ES una experiencia inefable, que sí lo es, porque cuando uno ama, eso no se puede expresar con palabras. Tampoco es una experiencia sobrenatural, que sí lo es, porque nos eleva por encima de las cosas de este mundo. Y por supuesto NO ES (ni de coña) una práctica regulada por las autoridades religiosas.

No hay reglas, no hay ritos, no hay jaculatorias que proclamar como si fueran sortilegios.

Sólo hay “una relación de amistad con Alguien que sabemos nos ama” en una atmósfera de silencio elocuente.

Esta frase es de Teresa de Jesús, frase que descubrió como forma de sintetizar, de resumir la más pura experiencia mística, lo que da sentido pleno a la Espiritualidad, el descubrimiento, absolutamente fabuloso, de ver cómo todo se reduce (y al decir todo, digo “TODO”) a entablar una sincera relación de amistad con Aquel que sabemos nos ama; y nos ama mucho antes de que cada uno de nosotros ni siquiera fuéramos un proyecto. Y nos ama hasta el punto de dar la vida para protegernos de todo aquel que nos quiera hacer daño.

Si esto se entiende, se entenderá lo que sigue y si no, pues es hacer como hizo el joven rico, que regresó triste a sus asuntos, porque estaba tan hinchado de sí mismo que no fue capaz de comprender qué significa amar.

De la vida interior

Si os acordáis, los que leísteis la entrega 49 de “Visión sistémica del mundo”, publicada el día 21 de diciembre, hablaba de las siete puertas de salida del confinador en el que nos han convertido nuestra vida. Y hablábamos de la séptima puerta (la sexta es la huida por los enfoques de las religiones), una puerta que es la menos aparente, que no es hacia el exterior del avión, sino hacia el interior de uno mismo, lo que hace todo el intento incomprensible, pero cierto y real.

Para continuar con aquella narrativa, empezaré por tomar prestados los versos del que yo creo, mejor lo ha sabido expresar, mi buen amigo y compañero, San Juan de la Cruz.

Qué bien sé yo la fonte que mana y corre,
aunque es de noche.
Aquella eterna fonte está escondida,
que bien sé yo do tiene su manida,
aunque es de noche.
Su origen no lo sé, pues no le tiene,
mas sé que todo origen de ella tiene,
aunque es de noche…

Aun sin ánimo de emborronar la pureza de estas palabras, trataré, no de explicar, “aunque es de noche”, sino de expresar cómo estoy viviendo yo la senda que conduce a la eterna fonte que, ni tiene origen, pero todo se origina en ella.

Vuelvo a advertir algo que no me cansaré de repetir. Esto no va de aprender conocimientos, sino de vivir, de “experienciar” en carne propia qué es una relación de amor, ese “porque tuviste hambre yo te di de comer”.

Así que lo que menos me preocupa es violentar las normas y las doctrinas de esta o de aquella religión al uso. El primer muro que quiero tirar abajo es aquel que separa a los “católicos practicantes” (¿qué diablos será eso?) de los que no lo son (que tampoco sé qué significa no serlo, aunque me lo malicio).

Sigamos…

Voy a poner un ejemplo que, aunque sacado de la vida física y de la materia, nos introduce perfectamente en el sentido o alegoría de la vida interior, salvo que alguien, al leerlo, considere que me deberían ingresar en una UCI psiquiátrica, no sea que yo haga una barbaridad. (Esto lo expliqué en la entrega 49).

Las cosas de menos de un milímetro de grosor empiezan a ser invisibles al ojo humano. Si iniciáramos un camino hacia lo cada vez más pequeño, nos encontraríamos que la célula no tiene más grosor de 10-5 metros. Las bacterias miden en torno a 10-6 m, los virus no superan los 10-8 m, el ADN 10-9 m y el átomo de Hidrógeno 10-10 m. El núcleo atómico 10-13 m y los quarks 10-17 m. Si esta infinitud es inconcebible por la mente, la mecánica cuántica ha logrado profundizar hasta la denominada “longitud de Plank”, que se supone es el tamaño de las cuerdas o “algo” que se supone es la vibración del vacío, la nada, cuyo tamaño es un inimaginable “10-10 yoctómetros” o 10-34 metros. Con lo que nos damos cuenta de que, en esencia, la materia no existe y somos simple información, somos únicamente información o cantidades inimaginables de vacío vibrando, es decir de nada. Pero de esa nada está constituido todo el Universo.

Su origen no lo sé, pues no le tiene,
mas sé que todo origen de ella tiene,
aunque es de noche.

Curiosamente, en este terreno de lo físicamente inimaginable, no son pocos los autores que afirman que la Ciencia y la Mística se dan por fin la mano. Pues el recorrido que he mostrado desde lo más pequeño para la vista humana, el milímetro (o la décima de milímetro) hasta la longitud de Plank es como mejor puedo expresar el increíble viaje hacia la vida interior que cada ser humano.

Cada uno de nosotros reconocemos fácilmente que vivimos una vida exterior a nosotros, en relación con los demás, pero también todos tenemos nuestra propia intimidad, aquella parte de nosotros que tenemos el derecho de no compartir con nadie o, a lo sumo, con nuestra almohada. Esa intimidad personal, al abrigo de los demás, ese yo conmigo mismo, es como si dijéramos, la puerta de entrada a nuestra vida interior, de modo que esa vida íntima es como un castillo, que ya describió magistralmente Teresa de Jesús en su obra principal, “Las Moradas del Castillo interior”, o la puerta de entrada al desconocido Monte Carmelo de San Juan de la Cruz. En cualquier caso, ambas obras describen como el alma ha de recorrer un largo camino hacia la cumbre del Carmelo o hacia las profundidades de esa séptima morada, donde simple y llanamente, Dios habita, porque es Dios el que “es Todo”.

En el fondo. Avanzar en la vida interior (bien ser un castillo o un monte), es avanzar en el conocimiento de uno mismo. Pero como he explicado en el ejemplo de la materia, la mente no puede profundizar más allá del milímetro o décima de milímetro. Mas allá, ya no alcanza. Pero de 10-3 a 10-34, hay 31 órdenes de magnitud, que supone, si el viaje lo hiciéramos hacia fuera, ir infinitamente más allá de los 1016 metros donde la ciencia establece los límites del Universo conocido.

Es decir, avanzar en la vida interior, en esa búsqueda de uno mismo, del núcleo, el hondón de nuestro ser es un viaje hacia el Misterio que, no es donde está Dios, sino que es el propio Dios. Es por eso por lo que, para realizar este viaje a la intimidad del Ser, no sirven nuestros apegos ni materiales ni espirituales. Ni siquiera sirven nuestras creencias, no sirve nuestra capacidad visual del intelecto, que se queda en ese ridículo 10-3 o 10-4 para los que tengan gran agudeza visual. Es decir, es un viaje que no podemos hacer nosotros ni con nuestra capacidad, ni con nuestra voluntad. Bastante logramos al descubrir la puerta de entrada, de 10-4 metros de ancho (la Puerta estrecha).

Cuando Jesús le dijo al joven rico “déjalo todo y sígueme”, el joven, a parte de tener que dejar sus bienes materiales, tenía que dejar también sus propios bienes y apegos espirituales, que no caben por el “ojo de una aguja” de 10-4 metros, ojo por donde la mente simplemente no cabe, sólo cabe el alma desnuda; solo cabe María.

Es por eso por lo que la vida interior, más allá del ojo de la aguja espiritual es un entorno de silencio (el oído no puede oír), oscuridad (el ojo no puede ver), vacío (desnudez total) y sobre todo soledad, porque entras en tu propia intimidad personal, en lo más profundo de ti, donde la amada ha de someterse a su unión con el Amado.

Cuando descubres todo esto, lo primero que piensas es que estás trastornado, enfermo mental, que tu imaginación ha entrado en otra dimensión ajena a la conocida y que pudiera ser toda una fantasía. Pero cuando lees a los místicos y de alguna manera es eso mismo que describen lo que vives, empiezas a tomártelo en serio. Pero lo que sientes y experimentas es todo, algo que escapa a tu control. Es como la barca sin timón a merced del viento y sin saber a dónde te va a llevar.

Y me he dado cuenta de que, de alguna forma, así cómo en la materia todo está unido por algo que hemos denominado “energía”, que no sabemos lo que es, pero que muestra la apariencia del mundo tal y como la vemos. Así también, en la vida espiritual, todo está unido por esa energía que “emana de la fonte”, sin origen, pero origen de todo, que se llama “Amor”.

Así que la “vida interior”, es algo infinitamente más grande (o pequeño) y misterioso, que nuestras fantasías, nuestra intimidad y nuestros compartires personales con la almohada. Y es por esto, por lo que compartir esta personal realidad con otros, resulta ser extraordinariamente difícil, si no inefable.

De la vida de Marta

En condiciones normales mantenemos un permanente monólogo con nosotros mismos cuando pensamos, cosa que hacemos continuamente, porque la mente es especialmente lenguaraz; no se calla ni debajo del agua, que se dice. Estamos permanentemente pensando en esto y en aquello. Es instintivo. Pensamos sobre las tareas que estamos haciendo; pensamos sobre cómo resolver los problemas; pensamos cuando nos acordamos de cosas o de personas; pensamos en todo momento sobre los múltiples asuntos de la vida, tanto los cotidianos, como los más trascendentes.

Pensamos y experimentamos sentimientos de alegría, de enfado, de tristeza o de temor y, todo eso sucede en tiempo real en el interior de nuestra mente. Y así, construimos nuestra personalidad, nuestro comportamiento, en un permanente ciclo de sentimientos, que provocan pensamientos y a la larga o a la corta, la toma de decisiones que condicionan nuestro comportamiento, donde intervienen nuestras tres potencias, la memoria que inducen sentimientos, el entendimiento que los transforma en pensamientos más o menos simples o rebuscados para finalmente, dar paso a las decisiones de nuestra voluntad. Y con este ciclo “siento-pienso-me comporto”, perfectamente estudiado por la Psicología, desarrollamos nuestra vida en este mundo.

Es la ley de los condicionamientos y son de dos tipos, el condicionamiento clásico, que todos conocemos como el reflejo de Pavlov o típica respuesta condicionada biunívocamente a un estímulo. Y luego está el condicionamiento operante, bastante más elaborado, en el que se basa el siento-pienso-me comporto.

Sirva este apunte para ver lo que permanentemente se cuece en nuestra vida interior. Porque todo esto sucede en la vida interior de las personas que se basa en ese permanente y lenguaraz monólogo de uno con uno mismo que va desde qué comida preparar hoy hasta la reflexión sobre el sentido de la vida. Y todo eso lo podemos compartir con otra persona, caso de tenerla cerca o no, y que se quede para nosotros, en nuestro interior.

No es infrecuente que, para eliminar esa sensación real de soledad en nuestros monólogos, nos inventemos amigos imaginarios, personas en el recuerdo que fueron importantes para nosotros o, héroes de capa a los que pedir consejo y cualquier otra fantasía que alivie nuestra crónica soledad existencial. Es lo que, según los ateos, nos hemos creado los creyentes, un personaje imaginario con quienes compartimos nuestra vida, al que llamamos Dios. Y como esta realidad no se puede demostrar ni su falsedad ni su certeza, ellos a lo suyo, nosotros a lo nuestro y todos tan contentos, supongo.

Yo no sé cómo se lo montan los budistas cuando hacen su meditación trascendental, si se relacionan con algo o alguien, porque no lo he hecho nunca, pero los cristianos, cuando rezamos repetimos oraciones y jaculatorias fabricadas o pre fabricadas para diferentes súplicas y peticiones (a ver si hay suerte), pero cuando hacemos oración, introducimos en nuestros pensamientos a una segunda persona (el dios imaginario que suponen los ateos), con quienes entablamos un determinado tipo de relación.

Sin querer tocarle las narices a los teólogos, que de esto saben bastante más que yo, diría que, en la vida religiosa, estamos acostumbrados a centrar nuestras prácticas religiosas en rezos y celebraciones perfectamente definidas en los misales y breviarios, donde poca o ninguna libertad de expresión se le deja al alma, en aras de una uniformidad expresiva comunitaria, que queda muy mona y solemne y, tanto mejor si se añaden cánticos inspirados. A mí me da siempre la sensación de que, si sólo nos quedamos en esas manifestaciones religiosas, es como si se enjaula a un pardillo en una jaula de oro, cuando el pardillo, por muy pequeñajo que sea, necesita volar libremente.

Ese vuelo en libertad, sin el corsé del breviario lo necesita el alma como el aire que respira. Y esa sensación de alas desplegadas es lo que supone vivir la vida interior, esa realidad en la intimidad con Dios de la que casi nadie sabe nada y es donde puedes experimentar en silencio la intimidad con Aquel que sabes te ama.

Sucede que todos los monólogos que nos montamos en nuestro interior, los expresa y elabora la mente, nuestro intelecto, en sus tres capas visceral, emotiva y racional. Inclusive en los rezos, tanto los codificados en los misales, libro de las horas y breviarios, como las reflexiones y meditaciones en el ámbito de la oración mental, son cosa de la mente, de Marta que, atareada con las cosas de la casa, le cuesta un montón hacer silencio (no se calla ni debajo del agua), y tan sólo acierta en hablarle a Dios como una cotorra de esto y de aquello, de sus cuitas y preocupaciones, a ver si hay suerte y recibe ayuda celestial.

Que nuestra vida de fe se reduzca a esto, a las llamémosle, oraciones mentales (porque sólo interviene la mente) es merodear por las murallas del castillo interior de Santa Teresa, o tratar con los objetos y con la profundidad visual de la que es capaz la mente, que no acierta a distinguir nada más allá del medio milímetro. Así que por muy íntima que sea esta “actividad”, no deja de ser mera práctica religiosa, que está muy bien, mantiene contentos a nuestros intermediarios religiosos, sostiene la parroquia, pero no tiene mayor recorrido que el de contribuir a la comunidad y garantizar que cumplimos con los mandatos religiosos. Pero hasta el joven rico, tan apegado a lo suyo y, satisfecho de ser un buen practicante, se preguntó si esto era todo o habría algo más y, ya puestos, que Jesús pasaba por allí fue a preguntarle.

Y aquí es donde los curas me van a correr a chorrazos, al decir que todo este conjunto de prácticas religiosas sólo son ritos y liturgias tuteladas y dirigidas por ellos, todas ellas muy importantes, sobre todo por el componente comunitario de la vida de fe, pero sólo permiten hacer “navegación de superficie” o “vuelo de baja cota”, donde el ojo puede ver, el oído puede escuchar, la mente puede comprender y sobre todo decidir y actuar. Y aunque el catecismo nos explica que somos también una trinidad, cuerpo, mente y alma, en la práctica, realmente, el alma no cuenta en nosotros absolutamente para nada. Es la vieja historia de Marta y de María, Marta como el conejito de Alicia “tengo prisa, tengo prisa”, que no para y María, más dormida que una marmota.

Esta es la cotidiana historia de los creyentes, totalmente dominada por Marta, la mente que, entre sus muchas cosas en las que tiene qué pensar, a lo sumo, dedica piadosamente unos minutos para rezar las horas o un rosario o incluso la misa diaria y, por supuesto, incapaz de putear al vecino, aunque a veces pues en fin, algo cae, pero no importa porque para eso está la confesión.

Este es el escenario normal de nuestra vida interior, la organizada perfectamente por la mente, que sabe y es consciente de que debe alabar al Señor, cumplir los mandamientos, mientras el alma, María, sigue durmiendo el sueño de los justos, como un lirón.

Hasta que un día va la mente y se pregunta…

¿Hay algo más?

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Autor: José Alfonso Delgado

Nota: La publicación de las diferentes entregas de La Física de la Espiritualidad

se realiza en este blog, todos los lunes desde el 4 de enero de 2021.

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