26/1/21
A ti mujer
A ti mujer que posees el gran don de la maternidad,
A ti que se te es dado todo lo que necesitas para Crear,
A ti mujer, a quien se confía el desarrollo y cuidado de ese Ser,
A ti mujer, de quién se espera el aprender a respetar y soltar.
A ti mujer que posees la vasija mágica para engendrar, de corazón a corazón te digo que no estás sola, que las almas conscientes entienden y valoran tu gran aportación en estos momentos de tantos cambios.
Ten Fe en la Divinidad Creadora que te acompaña, que está contigo y con el bebé que esperas.
Vive tu embarazo conscientemente, desde el Ser que realmente eres en esta realidad presente.
Nuestro Amor y Respeto te acompaña.
A ti mujer, gracias, gracias, gracias.
=========================================================
Texto escrito y compartido por Petra Jiménez Gómez (partodesdeelamor@gmail.com),
autora del libro Parto desde el Amor.
==========================================================
Cuando creas, verás (Memorias de un descarnado: 5 de 29). Por Deéelij
“Todo lo que he visto me enseña a confiar en el Creador por todo aquello que no he visto”.
Ralph Waldo Emerson. Ensayista y poeta estadounidense (1803-1882)
“El que tiene fe en sí mismo no necesita que los demás crean en él”.
Miguel de Unamuno. Escritor y filósofo español (1864-1936)
- ¿Me invitas a un café?
La pregunta le extrañó. ¿De dónde iba a sacar el café? Él no sabía cómo abrir esas puertas imaginarias que, en la cabaña, parecían existir cuando ella las accionaba. Rio con afán. Esta vez sí que podía hacerlo a lo grande; tanto, que tuvo que interrumpir su caminar. Sin embargo, Pal no se inmutó; parecía esperar su reacción. Le miró con tranquilidad, con sus brazos en jarra a la altura de la cintura al mismo tiempo que una ráfaga de aire aventaba su cabello suelto de forma exuberante. Esa pose perturbaba al piloto.
- No sé qué tiene tanta gracia – reclamó la instructora –. Pero si bien es cierto que deberías estar analizando el despegue y el vuelo de ayer, aún tienes mucho que aprender – espetó enérgicamente.
Eso pareció atragantarle su estado de euforia. Lo que temía, llegaba. Sabía que iba a ser juzgado por sus evoluciones aéreas. Estaba preparado, a sabiendas de no encajar adecuadamente la crítica constructiva.
- De acuerdo. Dispara. Dime todos los errores que he cometido. Total, estoy aquí para aprender, y es algo que, a estas alturas, he asumido.
- Tomemos ese café y hablemos. Dispongo del tiempo justo para llegar a Nairda.
Curiosamente, el fregadero y los platos que dejó escurriendo habían desaparecido. El interior volvía a ser tan desagradable como la noche anterior. Jano se sentó esperando la reacción de la instructora. Ella le imitó, esperando la de él. Era una actitud propia de vaqueros enfrentados sin armas, pero sentados en sillas de madera. El desafío estaba en la mesa que los separaba. Las miradas tensas. Él, con algo de mofa interior a la espera de los acontecimientos, pensaba que no podría hacer café mientras ella no le explicara cómo usar esa magia que poseía para sacar cosas de la nada; aunque no sabía si empezaría por ese lado o evaluando su falta de pericia.
Pal clavó sus ojos en los contrarios. Sin parpadear. Ni un solo gesto varió una sola de sus facciones. Reflejaba seriedad, y, al mismo tiempo, enfatizaba un aire de expectación. Quería ver, y comprobar de nuevo, que su alumno perdía el control de sus actos.
No había trascurrido un minuto. El nerviosismo ante tal pasividad le estaba impacientando. Ya, sus ganas de mofa estaban esfumadas. Ella tenía que irse; él no sabía qué tendría que hacer el resto del día.
- ¿Hasta cuándo piensas estar en esa actitud? – preguntó Jano.
- ¿Qué actitud? Sólo estoy esperando a que me invites a una buena taza de café. Y estás tardando mucho.
- ¿Cómo quieres que lo prepare si no tengo nada para ello? – contestó incitado, nervioso. Ella sabía sacarle de sus casillas como ninguna otra mujer lo había hecho antes –. ¿Quieres decirme dónde está el café? ¿Dónde el hornillo para prepararlo? ¿Crees que tengo poderes como tú? Mira – decía marcando y acompañando cada una de sus palabras con su dedo índice derecho –, desde que estoy aquí, creo que sólo me habéis estado gastando una jugarreta tras otra. Resulta que los dos estamos volando en la Bücker y de pronto sólo estoy yo. Y no creas que me creí eso de que te bajaste en la pista antes del despegue; bueno – rectificaba –, casi me lo creí. Tan solo que hoy, tras ver tus poderes sacando comida de detrás de las maderas de estas podridas paredes, lo único que puedo entender es que me estás mareando continuamente. Así que si quieres café, toca alguno de esos listones y haz que aparezca.
- ¿Acaso quieres café? – respondió ella con simpleza. Muy tranquila. Sin forzar el gesto. Sin mover un músculo.
- Por supuesto – pronunció Jano golpeando la mesa con ambas manos –, ¡pero no sé de dónde sacarlo! ¿Quieres explicarme de una vez de qué va todo esto?
Ella no le respondió. Se levantó y accionó lo que para él aún sólo consistía en algo imaginario. Aparecía un receptáculo con una cafetera humeante repleta del rico líquido. Hizo lo mismo para obtener tazas, azúcar y cucharas.
- ¿Ves qué fácil? Todo está aquí. El problema es que aún no has comprendido la norma primera para el vuelo. Aún no sabes qué quiere decir que “el motor es el pensamiento”.
Esto lo hizo salir de su atolondramiento. Se sirvió la sustancia de color negro cálido sin añadidos; a él le gustaba natural, muy caliente, fuerte y algo dulzón. De su mono de vuelo sacó el tan traído y llevado libro buscando la primera lección. Quería comprobar que no había otra cosa más escrita, o que existiera la famosa letra pequeña. Mientras lo hacía, saboreaba el contenido amargo de su taza, y por el rabillo del ojo escrutaba la compañía que a su vez le mantenía fijo en su punto de mira.
“El motor es el pensamiento”. Efectivamente eso era todo lo que contenía la dichosa página. ¿Pero qué pondría la segunda? Quizá ello aportara algo de luz a su entendimiento. La segunda lección era aún más escueta: “Cuando creas, verás”. Todo aquello, más que lecciones de vuelo, parecían pistas para resolver una adivinanza o encontrar el tesoro enterrado de algún chiflado pirata.
- Lo siento Pal. Pero sigo sin comprender nada de nada. Y supongo que en la medida en que siga leyendo éste manual, seguiré entendiendo menos.
- Bien. Era lo que estaba esperando. Alguien que se resigna rápida y fácilmente – ante éstas palabras él se molestó levantándose impetuosamente, derramando su café que manchaba de forma calamitosa la seca madera de la mesa –. ¡Siéntate! – Manifestó Pal con energía, sin esperar que pudiera hacer otra cosa –. ¡Y escucha de una vez! – Él obedeció al instante –. Procura recordar lo siguiente: Cuando ayer estabas en la cabecera de pista ¿no pensaste lo siguiente?: “Volaría mejor solo que con esta instructora”. ¿Fue eso lo que pensaste, o no?
Quedó petrificado. Era verdad. Aquél fue su pensamiento. Ahora recordaba que ella podía leerle la mente. Por eso lo sabía. Estaba en este discurrir de pasmo, cuando Pal consciente de lo que pasaba, continuó con su monólogo sin inmutarse.
- Pues tu pensar se cumplió. Tu pensamiento hizo que tú despegaras en solitario tal y como era tu querer. Luego pensaste que el avión ascendería de una determinada forma. Pensaste que entraría en barrena de otra determinada manera, y por último pensaste que no querías volver a Nairda; y pensaste en este idílico paraje con el que siempre has soñado en todos tus días pasados. En realidad, si empiezas a evaluarlo todo, aquello que pensaste se cumplió. Por tanto, principiante de piloto de vuelos, o conductor de vidas, como prefieras entenderlo, todo lo que piensas, es lo que se manifiesta. Incluso hace unos minutos, cuando pensaste que no ibas a conseguir despegar con el DC-3 y que te hundirías con él en el vacío tras la pista, también, fue algo que se materializó. Y ni que decir de tu aterrizaje, fue, exacto a cómo lo planeaste en tu pensamiento.
En ése momento ella concluyó su café depositando la taza sobre el fregadero, que de nuevo aparecía a la vista. Él quedó encastrado en su silla, meditando sobre tantas consideraciones y postulados. La verdad parecía manifiesta. Empezaba a entender por qué el pensamiento es el motor. Sin ello no hay impulsión; sin ello, el avión no puede adquirir velocidad para ascender y volar. En realidad, ella y aquélla frase, le estaban diciendo con rotundidad y claridad manifiesta que en la forma en que su pensamiento funcionara, se manifestaba la realidad que le acogía. Su entorno no era otra cosa que el fruto de su pensar.
Estaba tan absorto en su examen que no vio cómo la sombra de Pal abandonaba la estancia. Sólo pudo percibir su soledad tras oír el encendido de la Bücker. Al instante saltó corriendo al encuentro. No quería que se marchara. Necesitaba algunas respuestas, o mejor dicho a estas alturas: soluciones a sus cuestionamientos actuales.
Llegó a su altura, solicitando apagara el motor con una señal gestual explícita. Su deseo se cumplió.
- ¿Ves? Tal cual “quieres”, que para ti es “pensar”, se cumple. – Dijo ella como respuesta a su petición desde el interior de la carlinga.
- Empiezo a captar lo que me has contado. Sin embargo, estoy algo confuso – Dijo Jano – ¿Puedes explicarme qué diferencia existe, entonces, entre pensar o querer algo concreto?
- Es sencillo, como todo. Prácticamente no la hay si en tu pensamiento algo es constante y marcado. Aquello que quieres y pienses que es posible, se manifiesta. Aquello que quieres, si es el producto de tu pensamiento, se obtiene; y cuando quieres algo, si ello es parte de un pensamiento propio, se consigue. En definitiva, todo lo que pienses que es, es y será. De igual forma, si piensas en presente, forjas el futuro; pero si piensas o deseas en futuro, allí siempre permanecerá lo que pienses, aunque más que querer, se trata de pensar teniendo una idea clara al respecto de lo que quieres ¿Aclarado? – manifestó queriendo zanjar la cuestión.
- Una pregunta más antes de marcharte, por favor – decía con benevolencia. Ahora y por primera vez, Jano estaba muy interesado en todo lo referente a la nueva vida – Sé que tienes prisa. ¿Puede ser?
- Adelante. Puede ser, si lo quieres.
- Supongo que todo lo que he visto que has ido creando en la barraca, es fruto de tu pensamiento, y, que, por tanto, si yo pienso que eso está ahí, está o estará. ¿Es así? Lo digo – manifestó con risa burlesca – porque si me tengo que quedar aquí, no quiero pasar hambre.
- Para alcanzar todo eso, y que funcione la primera premisa, has de hacer tuya la segunda, sin la cual no puede funcionar – contestó Pal –. Es decir, el “motor” del motor del pensamiento, es asumir la segunda lección: “Cuando creas, verás” o, lo ves cuando lo creas. Como prefieras enfocarlo. Pero cuando se menciona “creas” se refiere al mismo tiempo al uso de los verbos crear y creer. Crees y creas al mismo tiempo que lo piensas en el instante. ¿Visto?
Jano quedó aún más desconcertado de lo que estaba. Su mente empezó a dilucidar cuestiones, procurando evaluar todas las posibilidades que le eran entregadas. Quería entender todo el conjunto mostrado. Algo le decía que muchas otras cosas dependían de captar correctamente, en su estancia, la nueva enseñanza. Otras dos cuestiones que tenía pendiente de resolución llegaron sin anuncio previo, pero cuando empezaba a enunciarlas el ruido del motor, arrancando de nuevo, impidió que su proclama llegara audible a Pal. Ella, percibiendo el movimiento de sus labios, le hizo señales para que recogiera el intercomunicador de la cabina delantera, dado que no tenía intención de volver a cortar gases.
- Dime ¿Qué ocurre ahora?
- Sí. Lo entiendo. Es correcto lo que me dices. Pero necesito saber algo más. Será sólo unos segundos.
- Bien. Adelante – Respondió bajando las revoluciones del motor.
- ¿Qué se supone que tengo que hacer aquí, en Ís? Y ¿cuándo te volveré a ver?
- Todo eso no puedo contestarlo – pronunció con una sonrisa que él no veía desde su posición –; depende de tu pensamiento. Escrútalo, y obtendrás la solución. Hasta la vista, pilotillo.
Jano se quitó los auriculares dejándolos anclados a la brida de sujeción instalada para tal fin dentro del copit. Bajó del ala saltando al suelo apartándose lo suficiente para que el rebufo y la polvareda que la hélice levantaría no le impactaran violentamente.
La Bücker encaminaba su trayectoria hacia la pista sin aprovechar el total de su extensión, sin levantar una sola mota de polvo, algo realmente curioso. Prácticamente dejó atrás un tercio de la misma, y aprovechando un espacio similar se elevó con delicadeza y elegancia. Al sobrepasar todo el espacio terrestre de Ís, realizó un picado a estribor hundiéndose en el amplio vacío, para en no más de treinta segundos aparecer por el otro extremo en un ascenso pronunciado, vivaracho y alegre. El ruido del motor sonaba con gran eco en toda la cavidad circular, que la naturaleza caprichosa había construido. Jano quedó meditativo hasta ver cómo el aparato se perdía en la distancia.
El silencio reinó de nuevo en su entorno.
Tenía muchas cosas que cuadrar en su mente, la cual estaba adquiriendo una nueva dimensión. Era como si borrara todo el disco duro de un ordenador para reprogramarlo con un nuevo software absolutamente dispar.
Necesitaba volar. Desde allí arriba podría pensar mejor. Luego, ya tendría tiempo de ocuparse del aprovisionamiento y demás necesidades.
Se dirigió al DC-3, que majestuoso parecía acogerle, con sus alas desplegadas, en un abrazo amigable. Una vez en la cabina, ocupó el asiento izquierdo. Sin mirar el manual de vuelo, como si infusamente estuviese escrito en su mente, comenzó a arrancar los motores. Meticuloso, realizó la revisión. Se sentía pletórico. Una nueva realidad se estaba manifestando con una perspectiva maravillosa. Sabía que podía lograrlo. Él era, y estaba empezando a convencerse de ello, el dueño de su destino. Tal creencia se revelaba con tal fuerza, que no tenía duda ahora de sus capacidades. Su claridad racional rugía al mismo ritmo que los motores recién encendidos. Su mente estaba, en un prodigioso análisis, desentrañando la resolución de algunos porqués que, en su vida anterior, le habían mantenido realmente esclavizado. Tenía la sensación de que, todo aquello que, siempre, quiso saber, le era revelado en el preciso instante. De algún modo se sentía pleno, completo e indestructible. Aplicó potencia impulsando su avión hacia la pista. Iba a realizar la misma maniobra que Pal, pero sin precipitarse hacia abajo. Estaba seguro de poder hacerlo.
Puso los flaps al máximo e introdujo la palanca de gases a fondo. Lo motores bramaron con vigor. La aceleración fue mayúscula, tal y como pensó que se iba a producir. El aparato brincó, con entusiasmo, comenzando a tragarse metros y metros de tierra bajo las gomas negras de su tren de aterrizaje. La velocidad iba incrementándose vertiginosamente. Tal y como pensaba y esperaba que ocurriese. Eso era empezar a creer, y, por tanto, a crear, viendo, comprobando, y, experimentando los resultados palpables.
Jano se estaba insuflando, cada vez más, de su nuevo y maravilloso poder recién descubierto. Ahora era él el que volaba, no el aparato, que se dejaba gobernar a capricho. Aún quedaba mucha distancia para que se extinguiera la pista, cuando la velocidad marcada era de cien nudos. Más que suficiente para despegar. Tiró de la palanca con ternura y aplomo. Ambos, piloto y aparato, estaban en el aire a tal orden. Inmediatamente, retiró los flaps en progresión, aumentando la velocidad y manteniendo el rumbo sin permitir el ascenso de un solo pie más. Cuando hubo sobrepasado Ís, y el indicador de velocidad marcaba los ciento cuarenta nudos, giró la palanca a la derecha y hacia atrás mientras ejercía toda la presión con su pie sobre el pedal derecho. Entonces, el bimotor obedeció raudo, girando vertiginosamente a estribor, subiendo y escalando cada porción del aire encontrado en su peregrinar.
El ascenso se prolongó hasta los límites determinados por la disminución de la velocidad. Esta vez no quiso descontrolarse en una barrena. Eso ya estaba fuera de todo su pensamiento.
La novedosa perspectiva entusiasmaba su raciocinio como a un niño los regalos de cumpleaños. ¿Podría su pensamiento hacer otras cosas? Había ejecutado un despegue exacto a como pensó e imaginó. Se había manifestado con las mismas pautas que su querer ferviente construyó. Era un hecho asombroso. ¿Podría producir todo lo que pensara? ¿Conseguiría materializar cualquier circunstancia? Recordó que sería posible si antes lo creía.
Continuó el vuelo con tranquilidad, dejando que su mente construyese nuevos puentes que uniesen lo etéreo y lo abstracto, hasta lo material y lo tangible. Percibió que, igual que un edificio antes de su construcción debe ser reflejado en unos planos, él tendría que hacer lo mismo con su pensamiento. Estaba decidido a construir una nueva realidad con su vital, fresco y recién estrenado poder. Tal era su entusiasmo, que decidió emprender el regreso mientras imaginaba cómo, a su llegada, lo que era una cabaña ruinosa, sería algo realmente distinto, acogedor, con las comodidades suficientes para no quejarse de nada que no fuese necesario. Tampoco pretendía crear una residencia de lujo, pero sí algo decente, digno.
Diseñó y Construyó, en su pensamiento, cómo tendría que ser ese lugar. Recordó todas las puertas que Pal usó, y decidió que también estarían a su alcance, que sería tangible para él. Describió la cama, la mesa, el suelo, cada elemento que quería tener en su habitáculo. Si tenía que alojarse allí, iba a estar bien, sin escasez. Visualizó las existencias que encontraría en el frigorífico. Incluso el humo que, saliendo de la cafetera, estaría esperando su llegada con un rico y negro café. Habría algunas manzanas y diversas frutas dentro de un gran cuenco en lo alto de la mesa central que sería de roble, estaría bien labrada, brillante y, por supuesto, limpia. De igual modo visualizó, creyendo y creándolo en su pensamiento, sin lugar a dudas, un par de buenas butacas, además de alfombras, cuadros, un reloj de cuco, nuevas ventanas, una iluminación confortable y la chimenea encendida con abundante leña apilada en un lateral. Recordó, de nuevo, que no sólo era necesario pensarlo, sino que era imprescindible creerlo y crearlo en su pensamiento para verlo, y esto era algo de lo que no dudaba. Estaba absolutamente convencido de que a su llegada todo sería tal cual estaba sucediendo en el actual momento. Creía en él, en sí, en su pensamiento; en definitiva, creyó en su poder.
La proa del DC-3 apuntaba a Ís. La pista estaba muy cercana. La velocidad contenida. El aparato controlado. La manga mostraba un viento de cara de casi treinta nudos. Su atención se dividía entre la aproximación e intentar divisar, a esa distancia, los cambios producidos en la cabaña. Pero ambas cosas, entendió, no se compatibilizaban en esos momentos. Tendría que seguir creyendo en lo que había proyectado en y con su pensamiento. Decidió centrarse exclusivamente en el aterrizaje. Luego, atesoraría tiempo para comprobar los resultados imaginados, pensados, creídos. Tendría que ser lógico y paciente, dada su consabida vehemencia.
Con un ángulo de ataque adecuado penetró en el minúsculo espacio aéreo que estaba a punto de recibirle. Con enorme deferencia posó las ruedas delanteras; la trasera se dejó caer como en un colchón de espuma, sin apenas notarse su contacto con la tierra. Frenó con la misma condición, dando la vuelta a la izquierda, aplicando gases y frenando la rueda del mismo lado. Una vez más no podía distinguir su choza. La enorme polvareda levantada impedía una visión perfecta. No obstante, avanzó hasta el lugar determinado para dejar su aparato. Al pasar a la altura de la cabaña, ésta continuaba sepultada ante el polvo que latente, aún, flotaba en el ambiente. Parecía igual a como la dejó. Cierto temor a no ver cumplido su ideal, produjo un leve sudor frío que supo atajar retomando su pensamiento inicial. Todo estaría allí. ¡NO!, se dijo en su interior, tengo que creerlo en presente: todo está ahí, exacto, tal y como lo he diseñado. No podía, ni sería de otra manera. Creía en su poder. Creía que todo es posible si crees en ello. Se reafirmó una y otra vez luchando por eliminar las dudas que pudieran surgir como lo hace la infantería en un cuerpo a cuerpo mortal con el adversario. Si Pal lo había conseguido ¿Por qué no él?
Apagados los motores, y desconectados el resto de instrumentos según el procedimiento estándar, corrió precipitadamente dentro del tubo esférico hasta abrir la portezuela de salida. No usó los peldaños para bajar. Lo hizo de un salto, cargando con los tacos amarillos de madera en forma de cuña para anclar las ruedas; eso sería la última parte a ejecutar de las instrucciones post vuelo. Terminado, corrió con todas sus ganas hacia la cabaña. La visibilidad era mucho mejor, si bien, bastante polvo se esparcía por doquier. Ese sería un problema al que tenía que dar solución también, pero lo dejaría para más tarde. En esos instantes su anhelo estaba volcado en su creencia. Ahora, lo importante era comprobar otros grandes y magníficos resultados.
A medida que se acercaba, parecía que nada mostraba cambio tangible. La caseta ofrecía el mismo aspecto. Un montón de toscas maderas iguales a las que pudo ver el día anterior, se mantenían con persistencia, sin modificación alguna. Su sprint disminuyó. De nuevo asaltaron las dudas. Dudas que duraron milésimas de segundo al darse cuenta que él, exclusivamente, había realizado un diseño mental del interior. El exterior bien poco le importaba ahora.
Su agitación reanudó la persecución hacia su pensar. Estaba convencido de los resultados. Tendrían que estar. Seguro que estaban. Él, ya, no dudaba de su poder iniciático.
Con precipitación subió de un solo paso los cuatro peldaños de la escalera que le separaban del exiguo porche con techo a dos aguas que resguardaba de la lluvia, y una única entrada. Frenó de golpe. Puso su mano derecha sobre el picaporte. Respiró profundamente. Cerró sus ojos e imaginó de nuevo todo con detalles. A medida que iba concretando cada una de sus pautas, consideraba que ello podía ser y era real en el momento actual. A medida que reiteraba cada objeto, cada elemento, cada esquina y parte del interior, su boca esbozaba una sonrisa creciente. Todo aquello estaba, no estaría; estaba en el momento actual, ahí, y estaría siempre ahí, no allí, mientras él lo pensara, mientras él pensaba que es posible; no, que sería posible.
Al pronto soltó una carcajada inesperada para él mismo. Era la señal palpable, procedente de su interior, comunicando la ratificación de su anhelo. El convencimiento era total, palpable. Estaba absolutamente seguro.
Giró el picaporte. La puerta se abría suavemente, sin estruendo, sin forzarse. ¡Era difícil poder contrastar la dureza de un exterior compuesto de listones de madera, que a duras penas aguantaban juntos machacados por los agentes climatológicos, con el nuevo interior que fulgía reluciente! El suelo ya no estaba compuesto de tierra pisada. Lo formaba una pizarra anaranjada veteada por blancos y grises entre cortados de aguamarinas y turquesas. La alfombra, a juego, acompasaba en un lienzo dulce, inigualable. Sobre la mesa, que dibujó mentalmente, efectivamente, se encontraban ricas manzanas verdes y ácidas. Cogió una, mordisqueándola con prontitud, estallando en su cavidad bucal el agua compactada que el fruto contiene en cada una de sus células. El sabor era el esperado: fresco, limpio, agradable, despierto y real. Tras el mordisco abrió de nuevo sus ojos, paladeando la esencia que seguía fluctuando entre su lengua y dientes, y contemplando, con enorme y satisfactoria felicidad, los detalles imaginados, pensados, proyectados. Empezó por abrir cada una de las puertas que existían antes, las que accionó Pal. Todo estaba ahí, no allí. Todo estaba. Todo. Incluso el frigorífico repleto de los manjares que más degustaba. Todo, le parecía, ahora, perfecto, real. Se había descubierto a sí mismo. Era su conclusión, su nueva realidad.
Se sentó en una de las butacas reclinables tapizadas en cuero teñido de rojo. Su Ser se bañaba en Sí mismo. Era el mago de su vida, de su momento. Percibía una sensación tremendamente agradable que optó por definir como felicidad. Por primera vez en su vida se sentía dueño de Sí. No era en este instante, los aviones, lo que realmente le llamaban la atención, sino, la capacidad de Ser y hacer lo que quería. De volar a donde imaginara. Entendía por primera vez cuál era el real significado de vivir, de volar, de Ser.
De súbito se incorporó recordando el último de sus pensamientos, un capricho. Miró a través de la ventana del fondo. La que daba a la parte trasera. ¡Si señor!, se dijo, ahí se hallaba. Con otro brinco emprendió la salida a la carrera hasta llegar junto a ella. ¡Estaba reluciente, nueva, niquelada! Tenía el manillar en alto; el asiento triangular sobre dos amortiguadores en forma de muelle helicoidal; cuatro cilindros en uve; alforjas en los costados. Un casco en azul platino descansaba sobre el depósito del mismo tono.
No esperó. Montó en ella ajustándose a la conclusión de sus sueños. Giró la llave de contacto. El arranque fue perfecto, suave, inigualable. Sonaba al trote. El puff puff amortiguado del motor no tenía confusión. Retiró el pedal. El equilibrio del peso recaía sobre sus piernas, y como si supiera dónde exactamente encontrarlo, sin mirar, sacó con su mano izquierda de uno de los bolsillos laterales de las alforjas el pañuelo blanco e inmaculado que se anudó al cuello. Metió la primera marcha y giró el puño derecho. Él y la motocicleta, como uno solo, se encaminaron hacia la parte sur. Allí estaba el camino de descenso hacia el inigualable valle sumergido repleto de floresta y vegetación magnánima que componía, como un cuadro multicolor, toda aquella depresión. Un contraste, sin duda, acusado con el resto del paisaje, árido y seco, que se perfilaba en la superficie, donde el sol incrementaba a esas horas, con sus rayos, la temperatura.
Mientras descendía por el camino en caracol que circunvalaba, como una pulsera, Ís, la suavidad climatológica se hacía fehaciente. Los grados disminuían. Penetraba en un microclima exuberante. Al bajar, por completo, la diferencia de setecientos metros que le separaban del borde de Ís, comprobó el componente arcilloso del terreno. Se dejó ir. Fluyó con la creación añorada desde su pensar. Así permaneció casi todo el día; recorriendo cada uno de los rincones de aquel magnífico ideal; alimentándose a base de la fruta encontrada en su exploración.
Al atardecer, cuando las primeras sombras quisieron iniciar su deambular, sintió la necesidad de regresar. Había quedado colmado de su querer, al empezar a saber Ser, y cómo Hacer.
Lo siguiente que contenía su pensamiento requería ejecución desde la cabaña; desde su hogar; desde su nueva vida. Iba a dar fin al problema del polvo que se levantaba cada vez que se usaba la pista de aterrizaje.
Llegó a la cumbre de Ís acompañando a la despedida del astro solar. Aparcó la motocicleta en la entrada de, la que ya consideraba, su casa. Aquél paraíso se había convertido en su pequeño bastión; un lugar sólo para él. Era un sitio casi impenetrable e inaccesible. Su mansión. Quizá su destino. Sólo quizá, pues ello era algo que aún no tenía claro. Sea como fuere, se dijo, dejaré que eso se resuelva a su tiempo, no que lo haga el tiempo.
Preparó salchichas rellenas de queso fundido y patatas fritas regadas con salsa rosa. Lo acompañó con pan de centeno y una copa de un excelente vino blanco de crianza. De postre otra de sus queridas manzanas verdes. Alimentó el fuego de la chimenea con algunos troncos para que aguantaran el resto de la tarde-noche. Concluyó el ritual recogiendo la mesa y los utensilios. Luego, sacó papeles, lápices rotuladores y material de dibujo de uno de los cajones del escritorio que se encontraba tras la puerta, junto a la otra nueva ventana del recinto. Sobre la mesa extendió el material listo para trazar el dibujo de su nuevo pensamiento.
Durante algo menos de tres horas elaboró el proyecto que tendría que estar preparado para la mañana siguiente. Ese era su propósito. Y la gran ventaja que había atesorado durante toda la jornada fue entender que él solo debía imaginar y pensar en el fin de lo que quería Ser, Hacer y Tener. El cómo se elaboraría no era su problema; sólo tenía que ver el final de la cuestión, creerlo creándolo al mismo tiempo en su pensamiento formulado en presente; el resto se resolvería por cauces que no tenían que pre-ocuparle. Exclusivamente tenía que ocuparse del momento actual, visualizando el fin ya realizado. Esa era la clave, el secreto.
Al concluir, tomó una infusión de frutas, contemplando los bocetos de su proyecto colgado con chinchetas en la pared que enfrentaba su cama.
Sonrió feliz. Estaba feliz. Era feliz. – Soy feliz, creo en mí –, se dijo culminando convencido. Satisfecho.
Apagó las luces. Se tumbó en la cama, y acompañado por la intimidad que proyectaban las llamas del fuego, terminó por dormirse sin dejar de mirar, hasta el último instante, con satisfacción, el dibujo donde estaba enmarcado su pensamiento y, a la vez, propósito; su nuevo proyecto, ya, en marcha.
Lo que pasara al día siguiente no le pre-ocupaba. Sabía que el suceder estaría ahí, palpable. Existiendo.
Si quieres “Todo Deéelij” manda mail a deeelij@gmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario